Los seguidores de Jesús se preguntaron a menudo sobre quién era en realidad aquél hombre por quien lo habían abandonado todo y a quien habían estado siguiendo por Galilea y alrededores durante unos años. Los Evangelios reflejan los ecos de esa pregunta sobre la identidad de Jesús en diversos pasajes, de los que podemos extraer que, durante su predicación, unos lo consideraban como un profeta, otros como Juan Bautista resucitado, otros como el Mesías.
La muerte en la cruz de Jesús suponía, en una primera percepción, el radical fracaso de todas aquellas expectativas; por eso los apóstoles abandonaron a Jesús y huyeron. Sin embargo, pocos días después de la muerte en la cruz, los seguidores de Jesús hallaron el sepulcro vacío y, a continuación, tuvieron diversos encuentros con el Resucitado. A la luz de la Resurrección la pregunta sobre la identidad de Jesús tuvo que plantearse de nuevo; la respuesta a esa pregunta será una larga lista de títulos: Mesías (Cristo), profeta, hijo del hombre, siervo de Dios, Señor, Salvador, Hijo de Dios... No existe título que sea suficiente para expresar quién es Jesús. Pero, con el tiempo, uno de esos títulos se fue imponiendo a los demás: Jesús es el Hijo de Dios.
En la Biblia Jesús es nombrado de distintas maneras: unas de ellas es "Hijo de Dios", en otras oportunidades como "Hijo del Hombre". Precisamente Él mismo en varios pasajes se llama "Hijo del Hombre".
La verdad sobre Jesucristo es un profundo misterio que se nos ha revelado. Ninguna palabra o título por si solo puede abarcar el misterio y por eso las Sagradas Escrituras usan muchos títulos para Jesucristo.
Hijo de Dios: Se refiera a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que se hizo hombre para entregar su vida por nuestra salvación. Se refiere a Jesucristo, quien es el verdadero hijo natural de Dios. Así lo testifica El Padre en el bautismo de Jesús (Cf. Lc 3,22) y lo dice San Pablo (Cf. Hebreos 1,1-2). Este título enfatiza la divinidad de Jesús. Es cierto que todos los bautizados somos hijos de Dios pero solo Jesús es Hijo por naturaleza. Nosotros lo somos por adopción.
Hijo de Dios: Se refiera a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que se hizo hombre para entregar su vida por nuestra salvación. Se refiere a Jesucristo, quien es el verdadero hijo natural de Dios. Así lo testifica El Padre en el bautismo de Jesús (Cf. Lc 3,22) y lo dice San Pablo (Cf. Hebreos 1,1-2). Este título enfatiza la divinidad de Jesús. Es cierto que todos los bautizados somos hijos de Dios pero solo Jesús es Hijo por naturaleza. Nosotros lo somos por adopción.
Hijo del Hombre: es el título usado con más frecuencia en el Nuevo Testamento para referirse a Jesucristo (82 veces). Todas menos una (Hechos 7, 56) en los Evangelios. Se trata de un título mesiánico que aparece en el Antiguo Testamente en Daniel 7, 2-14. A la luz del Nuevo Testamento comprendemos que este título identifica la trascendencia celestial del Salvador y al mismo tiempo enfatiza su humanidad. Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. Jesús usó frecuentemente este título para referirse a sí mismo. Los Santos Padres comentan que al Jesús usar este título manifiesta su humildad y también es una referencia a si mismo como el Hombre Nuevo, el Nuevo Adán.
El Evangelio de Marcos comienza anunciando la buena noticia de que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. El apóstol Pablo puede resumir todo su mensaje en la fórmula “Evangelio de Dios sobre su Hijo”. La pretensión sobre la filiación divina de Jesús pasa a ser lo específicamente cristiano. Los distintos concilios van a reflexionar sobre la idea de la filiación divina. El resultado final, tras los concilios de Nicea y Constantinopla, se va a expresar en la profesión de fe cristiana con la siguiente fórmula: “Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros y nuestra salvación bajó del cielo”.
En los comienzos de este nuevo siglo, si somos verdaderamente católicos, estamos comprometidos a proclamar y extender la Buena Noticia: Dios se hizo uno de nosotros para vencer la muerte y restaurar la naturaleza humana que quedó contaminada por el pecado original.
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