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jueves, 26 de diciembre de 2013

La Navidad ¿aniversario o sacramento?

Celebrar la Navidad, ¿recuerdo folklórico?

Para responder a lo que pudiera ser un obstáculo para nuestra adhesión a esta celebración, hoy que estamos deseosos de autenticidad, tenemos que ceder a la necesidad de recordar brevemente la historia de la fiesta de Navidad: su institución puede ayudarnos a descubrir su teología y su realismo.

Es sabido que el 25 de diciembre se celebraba la fiesta pagana del "Natalis solis invicti", fiesta del sol que renace invencido. El Cronógrafo romano de 354 señala en uno de sus calendarios el 25 de diciembre como celebración de esta fiesta.

¿Habrá querido la Iglesia jugarle una pasada a esta solemnidad del culto solar, culto que en el curso del siglo III, elimina las religiones de misterios, muy en boga hasta entonces en Roma, como por ejemplo el culto de Dionisos?

Es un hecho que el culto del sol había ocupado un puesto importante en la vida de entonces. San León y san Agustín muestran su preocupación a propósito de tales prácticas, contempladas a veces con gran simpatía por algunos cristianos. Así, un tratado, "De solstitiis et aequinoctiis", de finales del siglo III, presenta a Cristo como el único Sol siempre victorioso, y su nacimiento el único verdadero nacimiento del único Cristo invicto. Se ha intentado explicar de diversas formas si existe una relación entre el "Natalis solis invicti" y la Navidad.

Se ha pensado que Navidad se había fechado el 25 de diciembre a base de conjeturas sobre la fecha del nacimiento de Cristo, según referencias de los sermones de los Padres del siglo IV. Pero parece que los argumentos en favor de un eventual ensayo de averiguación de una fecha tradicional para el nacimiento de Cristo no tienen valor. Más bien parecería que la fijación de la Navidad en el 25 de diciembre se debe al influjo preponderante del Natalis solis invicti. Entre los cristianos, Natalis tenía ya de tiempo atrás el sentido de aniversario, el "día de la muerte". A consecuencia del contacto con la lengua profana, el término "natalis" significó también entre los cristianos: "día de nacimiento". Esto demostraría la existencia de una influencia real entre ambas fiestas, pagana y cristiana.

Hay quienes ven en esta instauración de la Navidad una contra-fiesta. Se trataría de sofocar el apasionamiento por la celebración de la fiesta pagana instaurando una celebración de carácter netamente cristiano, festividad de oposición, sin contaminación alguna con la fiesta pagana.

Puede también admitirse que se quiso cristianizar la fiesta del solsticio de invierno, y esto apenas presentaría dificultades. La luz y las tinieblas son temas queridos de toda la tradición bíblica y cristiana. Nada más sencillo que aprovecharlas y revalorizarlas entre los fieles, acostumbrados a oírlas leer y comentar. Por otra parte, esta época muestra un particular gusto en la fijación de los acontecimientos de la salvación en ciertas fechas del ciclo anual: los equinoccios tenían su importancia para tales determinaciones. Es, pues, posible que la Iglesia, sin rechazar las formas paganas de la fiesta del Natalis solis invicti, las recuperara cristianizándolas.

¿Se puede establecer en qué momento se haría esta transfusión del dogma cristiano en esas formas paganas?

Hay un calendario romano, el Cronógrafo del 354, que es a la vez calendario civil y religioso. El 25 de diciembre, en el calendario civil, se indica: N(atale) invicti. Después, en cabeza de la lista de los obispos de Roma, de los que da la fecha de su muerte, anota en el VIII de las Calendas de enero (25 de diciembre) el nacimiento de Cristo en Belén de Judá. Ahora bien, esa lista se habría compuesto en el 336. La celebración de la fiesta de Navidad en Roma se remonta, pues, a los alrededores de esta fecha.

El hecho de que el nacimiento de Cristo se celebre en medio de una lista de fechas destinadas a conmemorar el aniversario de un mártir, en un día fijo, invariable, subraya el aspecto histórico de Navidad. Navidad es un hecho: el día natalicio del Señor, su aparición en la carne es un dato concreto, preciso, delimitado en tal tiempo. Mientras Pascua es una festividad móvil, el Nacimiento del Señor se celebra en día fijo en el ciclo anual. Este hecho ocasionará algunas reflexiones que debemos tener en cuenta.


Navidad, ¿aniversario o sacramento?

San Agustín parece afectado por tal fijación de la fiesta de Navidad, hasta el punto de que en ella vea únicamente un aniversario, aunque se tratará para él de una memoria muy especial: "Porque este día, escribe, fue fijado por el Creador mismo para su venida. Hijo de su Padre, él dispone de la marcha de los días; hijo de su madre, al nacer, consagra un día particular, éste en que nos encontramos." (Homiliario Patrístico, París, 1949, Sermón 195, p. 63) No obstante, para él no es más que una memoria; nosotros estaríamos tentados de decir: indudablemente, no recuerdo folklórico, sino el recuerdo de un gran momento, de un gran giro de la historia del mundo y de nuestra historia, al que con gusto dedicaríamos un folklore...

Si san Agustín ve la Navidad como una simple memoria, es porque para él existen celebraciones que son sacramenta. Lo explica en dos cartas. Un laico, Ianuarius, le había planteado hacia el 400 una serie de cuestiones sobre la liturgia. La respuesta en dos cartas, una bastante breve y otra, que constituye una especie de pequeño tratado (Carta 55), nos entrega todo el espíritu de san Agustín y su teología de la liturgia. En su carta 54 explica que en la nueva sociedad que el Señor ha fundado, ha dejado "un pequeño número de sacramenta, fáciles de cumplir y de significado verdaderamente admirable" (Carta 54). En esta respuesta hallamos un empleo muy amplio del término sacramenta. Según san Agustín son un pequeño número y de una gran sencillez. Todos los signos portadores de salvación, por variados que sean, aun cuando sobrepasen lo que para nosotros será el septenario sacramental, son para Agustín sacramenta. El bautismo, la eucaristía, pero también la celebración de la Pascua, son para él sacramenta. Agustín no atribuye, pues, únicamente a los siete sacramentos la re-presencia de los misterios de la salvación. La celebración litúrgica, cualquiera que sea, con nuestro concurso, produce también una re-presencia del misterio celebrado. Tal será la enseñanza del Vaticano II en la Constitución sobre la Liturgia (Sacrosanctum Concilium, nº 7).

Pero, ¿toda celebración litúrgica puede tener la pretensión de esta eficacia? San Agustín se explica sobre este punto en su carta 55: "Existe sacramento en una celebración cuando la conmemoración de un hecho pasado se presenta a nuestra comprensión como el signo de una realidad que es preciso recibir santamente." (SAN AGUSTIN. Carta 55) Pascua es un "." porque no sólo hacemos memoria de lo que Cristo hizo por nosotros -su muerte y resurrección-, sino porque tal celebración nos presenta en signo la realidad sagrada de esa muerte y esa resurrección, y ese signo nos hace recibir realmente esta realidad sagrada, prenda de nuestro propio paso de la muerte a la vida. Celebración que reposa sobre un signo sagrado, pero que nos arrastra a través de ese signo y mediante él, a la realidad significada. Todo signo representativo de ese paso de la muerte a la vida, de nuestro propio paso, es un signo sagrado, y toda celebración que emplea este género de signo es un sacramento (Carta 55).

Por eso, san Agustín concluye que Navidad no puede ser sino una simple memoria, no un sacramento. Porque si la celebración de la Pascua comporta este carácter de sacramento es porque es signo de la muerte y de la resurrección, realidades de nuestra salvación expresadas mediante la solemnidad pascual, a través de la iniciación bautismal y de la liturgia eucarística. Pero la festividad de Navidad no puede aspirar a esa calidad de signo: es simple evocación, memoria, aniversario; en ella se recuerda únicamente el hecho del nacimiento (Carta 55).

(...) Quizá san Agustín creía en la realidad de la fecha de 25 de diciembre como día del nacimiento de Cristo y estuviera impresionado por ello hasta el punto de considerar tal fecha como un simple Natale, aun tratándose de un Natale particular, el del Señor. Pero, como hemos visto, es indefendible unir el 25 de diciembre con una realidad, y aun con una tradición, sin consistencia, acerca de la fecha del nacimiento de Jesús.

Por otro lado, el 25 de diciembre, fecha del solsticio de invierno, establece una relación entre el simbolismo bíblico luz-tinieblas y Cristo, sol victorioso e invencible que disipa las tinieblas. Agustín conocía bien esta fiesta pagana del Natale solis invicti, ya que habla de ella en uno de sus sermones (AGUSTÍN DE HIPONA, Sermón 190, In Natale Domini VIII,1; PL 38, 1007): "Hay que celebrar, dice, este 25 de diciembre como un día de fiesta, no por ese sol que vemos nosotros lo mismo que los infieles, sino por causa de quien creó el sol". Puede extrañar que no se haya visto sorprendido por la relación entre este fenómeno solar y su simbolismo, mientras que en su carta a Ianuarius se extiende largamente en la unión de la fecha de Pascua con el ciclo lunar. Concentrado sobre el solo misterio de nuestro paso con Cristo de la muerte a la vida, no se ha mostrado sensible a los elementos del mismo misterio que también Navidad contenía; de haberlo sido, san Agustín hubiera hallado en la celebración de la Navidad los elementos que, según el mismo, constituyen un sacramentum.


Navidad, sacramento de salvación

Es lo que hará san León el Grande. Escuchamos en sus sermones lo que san Agustín no se hubiera inclinado a decir: "sacramentum Natalis Christi", el sacramento del día de la natividad de Cristo, o también: "Nativitatis dominicae sacramentum", el sacramento de la Natividad del Señor. Escribe: "... aprendemos a considerar la Natividad del Señor, este misterio del Verbo hecho carne, menos como el recuerdo de un acontecimiento pasado, que como un hecho que ocurre ante nuestros ojos" (LEÓN EL GRANDE, Sermón 9 sobre la Navidad, SC 22, 119; CCL 138, 147). No se trata aquí de un vuelo literario; efectivamente, en el Sermón 8º sobre la Natividad, san León precisa todavía más su pensamiento: "... si recurrimos a esta indecible condescendencia de la misericordia divina que inclinó al Creador de los hombres a hacerse hombre, ella nos elevará a la naturaleza de Aquél a quien adoramos en la nuestra" (ID., Sermón 8 sobre la Navidad, SC 22, 149; CCL 138, 139).

Cristo actúa en esta fiesta de Navidad: "La misericordia divina... nos elevará a la naturaleza de Aquél a quien adoramos en la nuestra". Hay en esta celebración una actividad de la gracia de esa re-presencia. Es lo que permitía decir a san León inmediatamente antes: "hoy el misterio de la Natividad del Señor brilla ante nuestros ojos con resplandor más vivo".

Precisamente como un misterio es como entiende la celebración de Navidad la liturgia de la Iglesia de hoy día, y eso es lo que ha justificado la celebración del Adviento no sólo como espera de la vuelta de Cristo en el último día, sino también igualmente como espera de su primera venida en el momento de su Encarnación. Tendremos ocasión de volver a encontrar esta teología actual cuando recorramos más tarde el eucologio del tiempo de Navidad.

Pero, puesto que Navidad, lo mismo que Pascua, hace presente el misterio de nuestro paso de la muerte a la vida con Cristo, ¿se trata de dos fiestas idénticas y Navidad no es más que una repetición inútil? San León habla de Navidad de la misma manera que hubiera podido hacerlo de la Pascua: "...el día elegido para el misterio (sacramentum) de la restauración del genero humano en la gracia".

Aunque san León no exagera nada al hablar así y aunque Navidad es un sacramento de salvación, no es sin embargo estrictamente la celebración de la Pascua. Aun no habiendo más que un sacramento de salvación, es celebrado en sus diferentes aspectos. Navidad hace presente el punto de partida de nuestra salvación; está ordenada a nuestro rescate y ya le contiene.

Aunque hay que confesar que los "nacimientos" y un cierto folklore han sido magníficos y no pueden repudiarse, también es preciso reconocer que estas actividades, sobre todo en un momento de decadencia de la liturgia y de desconocimiento de la Escritura, ha hecho de la Navidad para muchos cristianos una fiesta de ternura, cuyo centro es la misa de media-noche, fiesta no obstante sin día siguiente para ellos. El error está en haber centrado excesivamente la celebración en el nacimiento en Belén, y en haber hecho de una historia conmovedora el objeto mismo de la fiesta. Es extraño que en la propia Roma, donde la fiesta se creó con la evidente teología pascual de la triunfante victoria del sol, se haya afianzado, todavía ahora, un folklore en el que desaparece casi por completo el significado profundo de la celebración. Bastaría que a esos "nacimientos", a veces muy bellos artísticamente, se les uniera la representación del sol de victoria, para que reapareciese con claridad todo el significado de la fiesta.

"El Nacimiento en Belén es más la ocasión que el objeto mismo de la fiesta. Su objeto es ya el misterio total de la Redención, es decir, el misterio pascual anunciado".


¿La Encarnación, hoy, por mi?

A través del signo litúrgico, la Encarnación del Verbo eterno está, pues, presente hoy para mí... Pero, ¿qué sentido puede tener esto para mí, para qué puede valer? ¿No forma parte Navidad de uno de esos excesos fatigosos de una teología que quiere probar demasiado y que no se cansa de hacernos sentir que dependemos totalmente de Dios? ¿No era suficiente celebrar la Pascua como presente, sino que además hay que añadirle como presente los comienzos de este misterio de nuestra liberación? No se trata de negar la Encarnación, pero ¿no es verdad que para nosotros no es más que un trampolín?, ¿por qué detenerse en él? ¿Qué dinamismo peculiar podría imprimir esta fiesta en el hombre de hoy día? De hecho, ¿no es Navidad una especie de celebración soportada, como tantas otras celebraciones y conmemoraciones de la vida civil? ¿Qué podemos sacar de ahí? Y aun sobrepasando ese punto de vista utilitarista, ¿con qué conecta Navidad en el mundo de hoy, un tanto brusco para con las ternezas religiosas?

No creo que estas preguntas sean inútiles; afectan demasiado de cerca al fundamento de nuestro cristianismo. Es verdad que uno puede santificarse sin saber por qué la Iglesia ha pensado que estaba bien no solo actualizar el misterio de la Pascua, sino también su comienzo. No obstante, no podemos rehuir el clarificar la importancia de la actualización para nosotros de la Encarnación.

Tendremos ocasión de constatar cómo ha querido la liturgia concretar para nuestra vida actual las gracias presentes de la Encarnación; pero no es inútil, antes incluso de constatar lo que de ello piense la Iglesia, ver en una cierta visión a priori lo que su actualización puede aportarnos.

El Dios-hombre es para el mundo de ayer y de hoy motivo de asombro y de fundamentales modificaciones en el curso de la historia. En efecto, si consideramos el choque recibido por el mundo, no es el misterio pascual de Cristo lo más espectacular para la tierra, sino más bien el nacimiento del Verbo según la carne. Aunque el mito de una divinidad humana forma parte de los sueños de la humanidad, jamás la realidad de la unión de dos naturalezas completas en una sola Persona divina fue estudiada con el estupor que podemos constatar en todos los que se han puesto a escrutar el misterio de la persona de Cristo.

Pero esto no nos dice por qué esta unidad de las dos naturalezas completas de Cristo en la Encarnación es de capital importancia para nosotros. Hay que recordar, sin duda, que la redención no habría tenido resultado y además habría sido imposible si Cristo no hubiera sido totalmente hombre y, como tal, jefe de toda la raza humana y contra-posición de Adán, y si no hubiera sido al mismo tiempo totalmente Dios. En este caso, a su gesto de ofrenda le habría faltado la perfección del amor.

Lo que hoy día nos afectará más es caer en la cuenta de que la Encarnación de Cristo es el elemento necesario para la comprensión de todos los sacramentos, pero sobre todo de la celebración de la Cena, actualmente de la Misa.

En efecto, ¿cómo soñar un contacto real con Dios sin esta Encarnación? Si en adelante podemos conocer a Dios tocándolo, es en virtud precisamente de la Encarnación del Verbo.

Nosotros entramos en relación con este Cristo encarnado, cuyo cuerpo glorioso después de su resurrección está ahora realmente presente en la celebración eucarística, no limitado al tiempo y al espacio. La presencia eucarística, tan esencial en la vida de la Iglesia, no puede entenderse sin esta presencia del cuerpo glorioso de Cristo resucitado. Por lo tanto, es al nivel mismo de nuestra humanidad -que tenemos el honor de ver así divinizada- donde se sitúa la Encarnación y por eso no puede dejar de interesarnos.

Celebrar la unión íntima de las dos naturalezas de Cristo el día de su nacimiento según la carne, no es algo indiferente para nosotros; supone no sólo una toma de conciencia cada vez mayor de la altura a que ha sido elevada la naturaleza humana, sino también entrar más profundamente en el misterio de nuestra inserción en una nueva vida para nosotros, mediante nuestro segundo nacimiento en el agua y el Espíritu. En efecto, a este nacimiento del Verbo en la carne, con las cualidades de profeta, mesías, rey, sacerdote, corresponde nuestro segundo nacimiento en el agua y el Espíritu, nuestra adopción divina, y en ella recibimos nosotros nuestra cualidad de profeta, rey y sacerdote, participando del único sacerdocio de Cristo según el grado en que nos sitúa en él nuestro bautismo.

El hecho de la Encarnación del Verbo trastorna, pues, mis actitudes presentes. No tengo ya la misma humanidad que antes. Lejos de quedar disminuida, ha adquirido una dignidad que únicamente la fe puede apreciar pero cuya realidad es singularmente grandiosa. Si la humanidad recibe así en sí misma, de la Encarnación, esta dimensión divina, la recibe igualmente en todas sus actividades y concretamente en sus actividades cultuales.

Efectivamente, a partir de la Encarnación del Verbo, podemos gloriarnos de realizar un culto como ninguna otra religión ha podido nunca realizar, porque para el catolicismo es Cristo mismo quien celebra la liturgia y nos arrastra en la ofrenda de sí mismo a su Padre. Si todo esto no fueran más que consideraciones piadosas para quienes las lean, deberían pensar que a su fe le faltan elementos esenciales y que su cristianismo está singularmente empobrecido.

escrito por Adrien Nocent
(fuente: www.mercaba.org)

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