Para los católicos, la navidad significa uno de los grandes tiempos del año litúrgico. Recordamos y celebramos uno de los profundos misterios de nuestra Fe: el que Dios se haya hecho hombre.
Se dice fácilmente, pero al profundizarlo ¡Caemos de espaldas! Dios mismo, presente en la tierra, naciendo del seno purísimo de María, se hace carne, una carne que amará, y que sufrirá todo lo que un humano puede amar y sufrir.
La natividad del Señor es una celebración al "si" de la Santísima Virgen, que sin reparos ha aceptado la Voluntad del Altísimo. Ahora, con la Navidad, ese sí da un fruto, un bebé, pequeñito, indefenso, vulnerable. El Rey de reyes nace en un humilde rincón. Casi podríamos llamarla "humildad suprema", de no ser porque el Señor quiso humillarse aún más, ser más vulnerable todavía, y quedarse por siempre entre nosotros escondido en un pedacito de pan. Hoy, cada día, en el Santísimo Sacramento está también presente aquel niño.
Para los católicos, esta debe ser una fecha de profunda y alegre reflexión. Hemos sido bautizados en nombre de ese niño pequeñito, y con ello hemos recibido el privilegio del perdón de la falta original. Porque Jesúcristo nació en Belén, hoy podemos salvarnos.
Ese hermoso niño, menudo y tierno como todos los bebés, algún día sorprendería a sus padres en el Templo hablando con los Doctores; convertiría el agua en vino; dominaría tempestades; convertiría a unos humildes pescadores en santos; multiplicaría unos cuantos panes y peces para alimentar a miles; proclamaría las bienaventuranzas; entraría triunfante en Jerusalén; sería traicionado por uno de los suyos, arrestado, flagelado y asesinado en una cruz; ese bebé un día conocería la muerte, pero triunfaría sobre ella. Ese pequeño niño sería quien removería la historia del mundo, liberando a los esclavos y humillando a los soberbios.
Y hoy, aquí, ahora, entre tecnología, computadoras, micro-chips, discos compactos y tecnologías de toda índole, Jesús sigue con nostros. ¡Y nosotros que seguimos viviendo sin pensar en él!
La navidad para los católicos es una invitación a recordar con el corazón en la mano que Dios nos ama tanto, que nos ha dado a su Hijo Unigénito. ¿Cómo le estamos correspondiendo?
Esta época del año, en la que convivimos en familia haciéndonos regalos, abrazándonos unos a otros es un momento de pausa para reflexionar seriamente sobre nuestras vidas, sobre el papel que tiene Dios en nuestra existencia diaria. Es un momento para pensar en el Sumo Pontífice y amarlo profundamente, porque es el Vicario de Cristo. También es un momento para dar gracias a María, madre nuestra por aquel "si" que cambio el curso de nuestra existencia. Es un momento para rezar por la Iglesia, por su unidad. La Navidad es ese momento que todos necesitamos de Esperanza y de Fe, que debe convertirse en caridad, en amor hacia Dios, hacia nuestros Padres, hacia nuestros hermanos, una caridad para el amigo y para el enemigo por igual. Y también un momento para la conversión.
El año está por terminar, y aún tenemos tiempo en esta Navidad de realizar una profunda conversión en nuestras vidas. La navidad, época de milagros, debe lograr nuestra conversión. Una conversión basada en conocer nuestra Fe, en comprenderla, en asumirla. Esta navidad puede ser diferente a cualquier otra. Solo basta con que tú y que yo reflexionemos profundamente en todos los misterios de nuestra Fe. Dios, que todo lo puede, sembrará en nuestra alma (quizá un poco marchita) con el soplo de su espíritu, una conversión para ser católicos verdaderos. Eso que quizá pueda parecer tan difícil, lo puede hacer quien fue alguna vez una solo un pequeño bebé. Pídele al Niño Jesús esta Navidad que te conceda la gracia de la conversión hacia una vida católica plena, congruente y comprometida. Y si todo esto no te ha inspirado un poco, esta noche busca alguna estrella, y quizá como a los pastores, alguna salte a la vista y te diga "ven, sígueme". Si esto ocurre, sin duda será la Luz de Jesucristo.
¡Feliz Navidad para tí y los tuyos!.
(fuente: www.encuentra.com)
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