Entonces Abraham dijo: “Yo, que no soy mas que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Quizá falten cinco para que los justos lleguen a cincuenta. Por esos cinco ¿vas a destruir toda la ciudad?. “No la destruiré si encuentro allí cuarenta y cinco”, respondió el Señor. Pero Abraham volvió a insistir: “Quizá no sean mas que cuarenta”. Y el Señor respondió: “No lo haré por amor a esos cuarenta”.
“Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no lo tome a mal si continúo insistiendo. Quizá sean solamente treinta”. Y el Señor respondió: “No lo haré si encuentro allí a esos treinta”. Abraham insistió: “Una vez más, me tomo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Tal vez no sean mas que veinte”. “No la destruiré en atención a esos veinte”, declaró el Señor. “Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no se enoje su hablo por última vez. Quizá sean solamente diez”. “En atención a esos diez, respondió, no la destruiré”. Apenas terminó de hablar con él. El Señor se fue, y Abraham regresó a su casa.
(Génesis 18, 22 - 33)
En este texto Abraham aparece como un modelo de intercesión ante Dios, haciéndose espejo del pueblo.
La gracia del Señor toca a nuestra puerta, invitándonos a orar, pero no de cualquier manera, sino incesantemente, en forma constante, como pueblo, al modo y al estilo de Abraham, para que en medio de nuestro dolor, de nuestra pena, de nuestra búsqueda, de nuestro trabajo constante, de nuestro servicio, en la obra que llevamos adelante de la nueva evangelización, mientras un mundo nuevo se abre para nosotros, y vamos dejando uno que queda atrás, que el Señor nos sostenga como ha sostenido todas sus obras, y cada uno de los hombres, en y desde la fuerza que brota de la oración.
Pero muchas preguntas brotan interiormente en nosotros a la hora de asumir este camino de oración de intercesión constante, todo el tiempo, orando por las intenciones que forman parte de lo que nos corresponde en común que tenemos como foco de atención en la súplica dirigida a Dios, mas todas aquellas con las que sintonizamos en el dolor, en la lucha, en la búsqueda, en la esperanza, en las alegrías y en las tristezas de los hombres con los que compartimos el camino de todos los días.
Algunas preguntas: ¿porqué interceder?, Dios conoce mucho mejor que nosotros lo que cada uno necesita, lo que es el verdadero bien para cada uno de nosotros, ¿vamos a darle nosotros a Dios un consejo?, entonces nuestra oración de súplica será casi como decirle a Dios lo que tiene que hacer a favor nuestro. El es creador, es Padre, es Amor, desea infinitamente mas que nosotros el bien, el verdadero bien, si intercedemos por una persona no es porque nosotros queremos por esa oración de intercesión lo que nunca estuvo dispuesto a darnos, sino que lo hacemos porque amamos a esa persona, y no es que le querramos robar algo a Dios, sino que nos unimos al amor que Dios tiene por esa persona, si fuera así, la oración sería un formalismo.
Cuando nosotros oramos todos juntos por algunas intenciones en particular y nos sumamos todos por una misma intención lo hacemos sencillamente por amor, no se puede hacer por formalismo. Claro que uno va aprendiendo a amar en la medida en que va amando y va conociendo lo que se ama, y por eso no es lo mismo la oración del comienzo de la intercesión que aquella que va creciendo y se va alimentando con el fuego del amor que va aumentando en nuestro corazón. Pero si es por amor a la persona que oramos, ¿nos es acaso que Dios las ama infinitamente mas que nosotros?, si, solo que Dios no quiere hacer las cosas solo, sino que las quiere hacer con nosotros.
¿Porqué oramos intercesión?, no porque nosotros en la oración de intercesión constante le vamos a sacar algo a Dios de lo que Él nunca estuvo dispuesto a darnos porque no era su voluntad ni su querer, sino que en el querer de Dios, y entendiendo cual es su voluntad y cual es su plan, nosotros oramos para disponernos interiormente a recibir el deseo profundo que crece en nosotros de lo que Dios estaba dispuesto a darnos. La oración de intercesión es una oración que más que conseguir algo de lo que pedimos, nos mete en profunda comunión con el plan y el misterio de Dios y nos hace a nosotros capaces de aceptarlo, así es como Dios nos lo plantea y nos lo pide.
También podemos dar otra respuesta a esto de porque orar si Dios ya lo sabe todo, porque es Él, el digo de nuestra oración, para que sea su voluntad, solamente Él es sabio y sabe cuales son los mejores medios para que nosotros colaboremos con su obra de salvación, por lo tanto, a la voluntad de Dios, desde la oración de intercesión, nos abrimos para entender nosotros como y de que manera podemos participar en aquel designio de Dios.
Pongamos un ejemplo concreto: se enferma una persona gravemente en nuestra familia, con una enfermedad que la lleva al borde de la muerte, una enfermedad Terminal, ¿porqué orar si ya está echada su suerte?, podríamos preguntarnos, porque Dios no quiere la muerte sino la vida, y posiblemente el camino de la vida sea para nosotros signo de que Dios es el Señor de la vida, y que nos confirme que Él ha venido a vencer toda muerte. Eso Dios lo puede hacer de dos maneras: o curando y sanando a la persona, obrando con un signo de poder a favor de todos los que acompañan la situación termina, o dando en el corazón a la persona misma, y a partir de ella a nosotros, la conformidad con la vida para siempre, y entonces la posibilidad de dar un paso sobre aquello que Dios tiene preparado como estado definitivo de la persona en la eternidad, lo importante es que se haga la voluntad de Dios.
¿Cómo participamos nosotros de esto?, orando. ¿Cómo nos vinculamos a la realidad?, consolando a la persona, alentándola, sosteniéndola con mucho cuidado, con mucha atención, además de nuestra súplica.
La oración de intercesión es una oración que nos mete dentro del plan de Dios, es una oración que nos pone en conformidad con el plan de Dios y nos mete dentro de ese plan para participar con Dios. ¿Por qué Dios necesita de nuestra oración si Él va a hacer lo que va a hacer según su querer y su voluntad?, porque Dios no quiere hacer lo que va a hacer sin nosotros.
Esta sería otra respuesta que sale al cruce de la confirmación de que Dios lo sabe todo, Dios es el Señor, ¿para qué orar?, porque Dios no hace lo que hace sin nosotros, sin nuestra participación.
En el evangelio está muy claro, Jesús tiene una multitud delante suyo, está por realizar un milagro, pero antes les pregunta a sus discípulos: fíjense cuantos panes tienen; tenemos cinco panes y dos peces, le responden. Y como los discípulos se fijan que es lo que tienen y se lo ofrecen a Jesús, es a partir de allí desde donde Jesús comienza a realizar su voluntad, con la participación de lo que los discípulos tienen. El Señor para hacer lo que quiere hacer, quiere contar con nuestra oración de intercesión, para disponernos interiormente a vivir según su querer y su voluntad, para aceptar cual es su querer y su voluntad.
Empezamos a recorrer un camino de gracia juntos en torno a la oración de intercesión crecida, como un fuego que arde, que da calor y cobija, consuela y transforma el corazón de los hermanos y al mismo tiempo pone luz para entender el querer de Dios y acatar su voluntad.
En realidad hay un solo intercesor, Jesús, el hijo de María y de José, el Hijo de Dios, el que se hizo uno de nosotros y entregó su vida por nosotros, si hay un único intercesor como dice la Palabra , ¿por qué nosotros interceder?.
La intercesión es precisamente uno de los componentes, una de las dimensiones esenciales de la actividad de Jesús, durante toda su vida, y más que nunca durante los preludios de la pasión y hasta en el momento mismo de la muerte en cruz, cuando Jesús pide al Padre que no tenga en cuenta nuestros pecados porque no sabemos lo que hacemos.
Lo es también en la Gloria , donde continúa siendo, como dice la Palabra , nuestro abogado intercesor, es precisamente por su plegaria que el Padre da el Espíritu a los que lo aman, como dice Juan 14; 16: “este sucesor en su sacerdocio está eternamente en esa actividad de oración de súplica por nosotros”. En la carta a los Hebreos se dice con claridad: “será siempre vivo y estará siempre vivo para interceder en nuestro favor”, como si en la Gloria solo tuviera Jesús esto para hacer.
Pero entonces, ¿porqué si tenemos un tan poderoso intercesor tenemos nosotros que interceder?, porque el Señor no quiere hacer nada sin nuestra participación. “En esto, dice 1º Juan 5; 14 está la confianza que tenemos con Él, en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha”, por eso oramos, y oramos intercesión, y lo hacemos no de cualquier manera, sino en profunda comunión con Jesús. De ahí que la oración de intercesión para que no sea un formalismo, para que no sea una oración hueca, debe ser una oración del corazón.
Cuenta el sacerdote que acompañaba a los videntes, niños, jóvenes y adolescentes, en Medgurjorge, que cuando se reunieron para orar en el templo, cuando el pueblo estaba profundamente dividido por aquella circunstancia y así y todo sentían la necesidad de dejarse llevar por esta gracia que había comenzado a derramarse en toda la población, no terminaban de alcanzar la oración que fuera realmente una oración de súplica y del corazón, hasta que se escuchó desde el fondo del templo la voz de un anciano que profetizó: “si no rezan con el corazón, la oración no llegará al cielo”.
Es que la oración de súplica, la oración de intercesión, no es sencillamente disponernos un tiempo determinado a orar por tal o cual intención, sino que es una oración que nos conduce a la conversión y nos hace poner de cara a Dios, su querer y su voluntad, la oración de intercesión, cuando en ella insistimos nos pone de cara a Dios. Pero no solamente oramos intercesión, sino que oramos continuamente.
Como se vio impactado el peregrino ruso cuando sintió en su corazón la Palabra que se decía del Apóstol San Pablo en 1º de Tesalonicenses tocaba su vida y cambiaba el rumbo de su existencia: “recen siempre, de manera incesante, no dejen nunca de orar”. Esta invitación del Apóstol es para nosotros todos en comunión con Jesús. Es verdad que el camino que comenzamos a recorrer es un camino de oración y de súplica del corazón según el querer y la voluntad de Dios que nos conduce a la conversión, pero no de cualquier manera, sino incesantemente.
Lo incesante tiene que ver con no dejar nunca de orar, nuestros gestos, nuestras palabras, nuestras acciones, todo es oración incesante. Las intenciones por las que intercedemos pueden tener que ver con una tarea específica de evangelización, o ponernos en comunión con toda la Iglesia y con el sentir del corazón de los hombres que en nuestra patria y en el mundo sufren luchan, esperan se gozan.
Sin embargo, esta súplica, esta oración incesante nos lleva a recorrer un camino de profunda comunión con el Señor, el Señor advierte que la posibilidad de dar mucho fruto en Él está en la medida en que permanecemos en Él: “permanezcan en Mi, y darán mucho fruto”.
La posibilidad de permanecer en el Señor está en y desde la oración, por lo tanto, orar incesantemente no es pasar el día rezando, no es solamente eso, es sentir en lo profundo del corazón que somos invitados a permanecer en comunión con el Señor siempre y constantemente en espíritu de oración.
Puede ser que eso se exprese, como en el caso del peregrino ruso, en una simplísima jaculatoria: “Señor Jesús, ten piedad de mi”, pero en realidad la posibilidad está, mas que en una expresión, en un espíritu, que no está en nosotros pero que debemos pedir, en un espíritu de estado interior de oración, que lo podemos expresar mientras vamos haciendo nuestra tarea, mientras vamos cumpliendo con nuestro servicio en la comunidad, y sobre él debemos volver una y otra vez para permanecer en él.
Nosotros estamos llamados a dar mucho fruto, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro servicio a la comunidad, en nuestro compromiso en lo civil, en la sociedad, en la construcción de un mundo nuevo, y eso solo será posible si nos abrimos al querer del Padre en la persona de Jesús, entramos en comunión con Él y permanecemos unidos al Señor en el Espíritu, por el camino de la oración.
“Oren incesantemente”, no solamente suplique al cielo con el único intercesor Jesús, sino que háganlo como lo hace Él, siempre, en todo momento.
“Ante todo, dice Pablo en 1º de Timoteo 2; del 1 en adelante, te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad y llevar una vida piadosa y digna. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro salvador, porque Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Hay un solo Señor, un único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, hombre también Él, que se entregó a si mismo para rescatara todos, este es el testimonio que Él dio a su debido tiempo, y del cual fui constituido heraldo y apóstol, para enseñar a los paganos la verdadera fe, digo la verdadera, y no miento”.
Este camino de oración constante, incesante, este camino de oración y de súplica, de intercesión, es para sencillamente conocer el querer de Dios y nace del querer de Dios. El querer de Dios es que todos los hombres se salven, ese es el gran motivo, que todos los hombres encuentren el gozo y la alegría de haber sido creados por Dios, y que allí desde los lugares donde el gozo no está instalado y la alegría no forma parte de la vida de todos los días, por el peso de la angustia, la tristeza, la desazón, la desilusión, allí mismo comience a habitar la gracia de la esperanza, del gozo interior que nos permite enfrentar todas las dificultades de la vida con el ánimo con el que Dios quiere que las afrontemos, con la certeza absoluta de que Él vence, y se constituye en y para nosotros en Señor de la Historia.
Por eso la oración de intercesión está íntimamente vinculada a la gracia de conocimiento interior que Dios pone en el corazón del que intercede.
El que va caminando en seguimiento de Jesús, que en la gloria intercede como intercedió por nosotros mientras permanecía junto a nosotros, va ahondando el misterio del amor de Dios y del conocimiento de Dios. Anímate a recorrer este camino de la oración incesante, lo vamos a recorrer juntos, sencillamente para entender el querer de Dios y participar de su voluntad de salvación de todos.
Este es el modo con el que Dios actúa a favor de Moisés, cuanto de Abraham, analizá que dice la Palabra que hoy compartimos cuando Abraham termina por interceder incesantemente ante Dios regateándole hasta diez justos, para que Dios no obre sino con misericordia a favor de Sodoma. Dios se dice a si mismo: “¿voy a ocultarle a Abraham lo que voy a hacer?”.
Esto nos muestra que Abraham participa de la voluntad de Dios que se ha traducido en una ira que va a terminar con la suerte de Sodoma, ligada a si misma, apartada de Dios. Abraham puede interceder en aquella situación, porque en la amistad con Dios, Dios le invita a tomar conciencia de aquella grave situación y en el fondo lo está llamando a obrar con Él a favor de su pueblo, del pueblo que Dios ama y por el que Abraham también tiene un profundo amor.
Esto que hace con Abraham, y que después va a hacer con Moisés, Dios también lo hace con Amos. En Amós 3; 7 dice: “Así el Señor Yahvé no hace nada sin revelarle su secreto a sus siervos los profetas”. En la oración de intercesión nosotros no hacemos mecánicamente la súplica por alguien por el que intercedemos, como si no participáramos de aquello en lo que Dios quiere que participemos, que es de la gracia de la intercesión de la persona de Jesús que busca la salvación de todos, en la oración de intercesión nosotros ahondamos en el conocimiento de Dios, y Dios nos revela su secreto.
Esto Dios después lo muestra también haciéndolo con Samuel, con Elías, con Jeremías y muy particularmente, como dice Isaías 53; 12 “con el siervo de Yahvé”, que es figura de la persona de Jesús, a quien Dios le da oído y boca de discípulo.
El que se dispone a orar incesantemente y tiene en su corazón la certeza de que Dios va a obrar aquello por lo cual se intercede tiene que hacerlo no de cualquier manera, sino en atención a la escucha de la Palabra de Dios, por eso en la oración de intercesión Dios nos revela sus caminos, Dios nos regala la posibilidad de entender sus designios.
Oramos intercesión no como quien ora sin involucrarse en la oración, sino justamente en profunda comunión con aquel que intercede por nosotros, oramos intercesión no largando algo de nosotros que va al cielo y nosotros nos desentendemos de aquello, sino que nos metemos en profunda comunión con Jesús, el único que intercede delante del Padre, y entendemos en la persona de Jesús, que por esta situación particular por la que estamos orando, tiene un designio, tiene una voluntad, tiene un querer, y buscamos personal y comunitariamente conformidad con ese querer y con esa voluntad.
Oramos desde ese lugar de profunda comunión, con la certeza de que en la medida en que nosotros permanecemos unidos a Dios, como Juan lo dice, “daremos mucho fruto”.
Cuando oramos una plegaria, para que el cielo se abra y nos llegue desde el cielo una bendición con la que Dios nos quiere ver felices y sonrientes, lo hacemos con Jesús, que le dice al Padre: “todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío”. Esta expresión que brota del corazón de Jesús, esta gran plegaria que fue justamente llamada la oración sacerdotal y que pronuncia delante de los suyos en la víspera de la Pasión , nos va a orientar a nosotros en la certeza de la profunda comunión en la que Jesús, el Padre y el Espíritu nos quieren, orando como pueblo.
Lo hemos venido haciendo, Dios nos ha venido preparando, solo que ahora nos damos el “lujo”, por gracia de Dios, de animarnos a recorrer un camino incesante de oración de unos por otros, en la búsqueda del querer de Dios para el servicio que nos ha confiado y para el mundo y la necesidad de súplica que hay en el corazón mismo de la humanidad en este tiempo. Con Jesús lo hacemos, Él nos pone en absoluta actitud de confianza, de cara al Padre y al Señorío que Él quiere obrar en el Espíritu en este tiempo para nosotros, allí está nuestra certeza.
Nosotros tenemos la oración del corazón en la intercesión constante por las realidades que nos pesan interiormente, y por las que nos alegran infinitamente las tenemos puesta en aquel que está constantemente intercediendo de cara a nosotros. No lo hacemos de cualquier manera, oramos junto a María, dejémosla entrar en nuestra oración, hagámonos concientes de su presencia, María ora en el cielo incesantemente junto a su Hijo y lo que la Madre de Dios le pide al Hijo, el Hijo se derrite por dárselo a la Madre.
No vamos a orar solos, vamos a orar juntos, vamos a meternos en un camino de oración juntos para que se abra el cielo y para que se corran los velos que nos impiden ver el por donde y el como de caminar por estos tiempos que se abren como tiempos nuevos para nosotros, dejando atrás, diría Pablo, lo que fue lanzándonos hacia delante, con la certeza de que el Señor viene junto a nosotros a recorrer el camino.
No lo hacemos desde cualquier lado, no lo hacemos solo desde nuestra buena disposición y desde nuestra voluntad firme, lo hacemos por sobre todas las cosas con María, en Jesús, junto a los ángeles del cielo y a los santos que interceden por nosotros, particularmente junto a las almas del purgatorio, que están orando también e intercediendo por nosotros y unidos a Él intercedemos por ellas para que el cielo también se abra para los que esperan que el cielo se abra definitivamente para ellos, y les permita llegar a la gloria.
escrito por Padre Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
No hay comentarios:
Publicar un comentario