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jueves, 3 de julio de 2008

La conversión: clave del proceso de planificación pastoral

Convencido de que no hay planificación pastoral sin conversión personal y comunitaria, el autor de esta nota ofrece otro punto de vista para cuestionar nuestro modo de proyectar la acción evangelizadora.


Toda práctica tiene una clave para descifrarla

La práctica más habitual de los agentes de pastoral, vinculada a lo que se nombra como planificación, suele reducirse al armado de una planilla en la que se señalan actividades, sus responsables, el tiempo y los recursos.

Solemos suponer que el objetivo fundamental de nuestras reuniones de planificación debe ser la explicitación escrita de una secuencia lógica. Es más, hablamos de planificar con otros agentes vecinos al territorio de nuestra pastoral y lo que hacemos es acordar un calendario de fechas con actividades puntuales.

Nos parece que la clave del armado de este tipo de propuestas pastorales es la performance del equipo que las lleva adelante.
En estas líneas nos proponemos mostrar que existe otro modo de planificar. Un modo en donde la conversión (personal y comunitaria) pasa a ser la clave organizadora de nuestras planificaciones pedagógico-pastorales.

Una clave para que nada cambie

Si bien nadie discute que todos nuestros esfuerzos pastorales deben estar ordenados hacia la transformación evangélica de la realidad, entendemos que, muchas veces, las prácticas pastorales no condicen con esta afirmación.
Un indicador de que la clave se ha desplazado hacia la performance del equipo son las evaluaciones que quedan entrampadas en la acción de sus integrantes sin trascender hacia las deseadas transformaciones sobre la realidad. Tales evaluaciones sólo nos permiten saber si hicimos lo que dijimos que íbamos a hacer, si lo hicimos los que nos comprometimos a hacerlo y en el tiempo en que nos lo propusimos... ¿cuántas horas hemos gastado en llenar las dos columnas: una para lo bueno y otra para lo malo...? Repasemos porqué hemos calificado algo como positivo, bueno o todo lo contrario. Si podemos aceptar que tal calificación ha sido hecha sobre la base del sentimiento subjetivo de cada uno de los que participamos, entonces, no tendremos problema en aceptar que, más que evaluar, nos reunimos para lamentarnos por el poco tiempo que tenemos para hacer lo que queremos, y para autojustificarnos desde la muy buena voluntad que ponemos para hacer las cosas que hacemos. Son reuniones que se parecen más a terapia grupal que a evaluación pastoral. Así, producimos evaluaciones que no tienen ninguna vinculación explícita con problemas objetivados por el equipo (Ver A. Di Gregorio, "Objetividad y objetivación en la planificación pastoral" en Vida Pastoral 240). Por ende, son evaluaciones estériles.

Una clave para que algo pueda empezar a cambiar

En nuestra concepción de la planificación la clave se sitúa en la conversión del equipo y no en su performance. Intentaremos dar cuenta de esto, proponiendo al lector un camino de cuatro pasos.

En primer lugar, distinguiremos los momentos de una planificación pastoral. Luego explicaremos cuál es el lugar que tienen las necesarias previsiones mencionadas en los primeros renglones (qué, quién, cómo, dónde, con qué, etc.). Valoraremos, en un tercer momento, en qué consiste la conversión y, finalmente, ofreceremos una serie de propuestas concretas que pueden servirnos como orientación para la planificación en equipo.


Los momentos de la planificación pastoral

La planificación es un proceso que tiene tres etapas: perceptiva, analítica y de planeación.
La etapa perceptiva es el momento en que el equipo pastoral construye los problemas de su acción. Esta construcción se realiza a través de herramientas que le permiten abordar su acción pastoral desde múltiples lugares epistémicos (desde el texto, el pretexto y el contexto). El producto de esta etapa es un diagnóstico perceptivo que objetiva una serie de situaciones problemáticas acordadas, a las que el plan del equipo deberá responder.

En la etapa analítica se buscan los aportes de distintas disciplinas (teología, sociología, psicología, economía, etc.) que puedan ayudar al equipo a precisar, interpretar y valorar las situaciones problemáticas construidas durante la etapa perceptiva. Es un tiempo de investigación de largo aliento que permite construir un horizonte de intereses desde el que puedan plantearse respuestas a los problemas percibidos.

La etapa de planeación es el momento en que el equipo arma su plan de acción tejiendo propuestas con los hilos fabricados en las dos etapas anteriores.


La planeación pastoral

Después de lo dicho en el punto anterior comprenderemos que no podemos planear sin antes haber construido los dos productos que le darán el sentido al plan: las situaciones problemáticas y el horizonte dentro del cual se buscará resolver esos problemas.
El mito de la preeminencia de la acción sobre la reflexión somete de tal forma a algunas de nuestras propuestas pastorales que impide caer en la cuenta de que, bajo un ropaje alternativista, se repiten recetas obsoletas.

Cuando un equipo dice que planifica y sólo acuerda actividades puntuales contestando en columnas preguntas sobre el qué, el quién, dónde, cómo, cuándo, cuánto y con qué, ha mutilado de la planeación sus dos preguntas fundamentales: por qué y para qué. Más aún: Cuando un equipo quiere contestarse estas dos últimas preguntas en el mismo tiempo que ocupa en responder a las siete anteriores, no puede garantizar la suficiente objetivación de sus intencionalidades. No podrá, pues, dejar de manipular los intereses de sus destinatarios a favor de la satisfacción de necesidades propias.


La cuádruple conversión según Bernard Lonergan

La conversión es un acto deliberativo. No acontece como determinación del destino. El equipo debe querer convertirse; es una opción. Bernard Lonergan otorga a la conversión un lugar central en el proceso de constitución del sujeto como autotrascendencia; el itinerario que se realiza tiene un profundo carácter autocorrectivo que encuentra en la conversión su clave.
Distingue cuatro dimensiones de la conversión: la afectiva, la intelectual, la moral y la religiosa. Detengámonos brevemente en cada una de ellas.

La conversión afectiva es quebrar el aislamiento y no actuar sólo para sí mismo sino también para los otros. Es entrar en el dinamismo del estar enamorado. Es comprometerse no con este o aquel acto de amor, sino hacerse cargo de las consecuencias que desata una relación centrada en el otro. La conversión afectiva nos saca de nuestro yo, transforma nuestras orientaciones y nos ayuda a salir de nuestros intereses para mirar hacia el bien de los otros.
La conversión intelectual es una clarificación radical del conocimiento y la eliminación del mito conceptualista de que conocer es ver lo evidente. Conocer no es simplemente ver; también es experimentar, comprender, juzgar y creer. La realidad nos es dada a través de la experiencia, organizada y construida por la comprensión inteligente, afirmada por el juicio y creída por la libertad. La conversión intelectual es darnos cuenta de que el mundo está mediado por los significados y que el mundo no es conocido individualmente por los sentidos, sino por la experiencia de una comunidad que ha elaborado los significados y que continuamente está constituyendo socialmente la realidad por los juicios que hace de ella.
La conversión moral es el cambio del criterio que la persona utiliza para sus decisiones. Consiste en comenzar a obrar por el bien mismo, por los valores situados en el seno de los conflictos y no meramente por la satisfacción inmediata de los intereses propios.
La conversión religiosa es el don del Espíritu que inunda el corazón del creyente como gracia. Es un continuo entregarse a Dios sin condiciones.

En cierto modo, las cuatro dimensiones de la conversión pueden ser realizadas independientemente en el tiempo. Pero están interrelacionadas de modo que unas a otras se condicionan en sus posibilidades.

La constitución de equipos de pastoral que disciernen su misión

Sabemos que la mayoría de nuestros equipos pastorales no suelen ser equipos pastorales propiamente dichos. Nuestra experiencia comprueba que, lo que se llama comúnmente "equipo", es una instancia en la que cada uno disputa el poder en un espacio al que los otros no tienen por qué entrar.

Constituirnos en equipo, en cambio, significa dotarnos de las condiciones de posibilidad que nos permitan ser una comunidad que discierna la misión que la Iglesia le ha encomendado.

Nuestra experiencia de planificar y de acompañar a otros equipos en su planificación, nos dice que esto no es posible...
...sin aceptar que nuestra práctica no es todo lo eficaz que nos parece. Hay que poder sospechar que tiene algo de alienada.
...sólo con la fuerza de voluntad de quienes caen en la cuenta de que se puede mejorar. Hay que buscar apoyo institucional.
...solamente con las ganas. Hay que buscar una metodología y seguirla.
...sin destinarle el tiempo que realmente necesita la planificación. Habrá que aprender a dejar algunas actividades para poder dedicar, por lo menos, dos horas semanales durante todo un año trabajando en equipo.
...si creemos que algún "iluminado" sepa, y nos diga, qué hay que hacer. Hay que poner a trabajar a los que están y en equipos.
...sin aceptar que la transformación de las personas e instituciones necesita de tiempos largos. Hay que apostar a equipos que duren, como mínimo, tres años. De acuerdo con un plan que los trascienda, estos equipos tendrán también entre sus responsabilidades, la de formar a su recambio.

A modo de cierre

Seguramente existen otros modos de decir lo que dijimos en esta nota. Pero también estamos seguros de no estar diciendo algo que ya esté instalado en nuestras prácticas eclesiales.

Ojalá encontremos el modo de que nuestras planificaciones dejen de ser un extenso conjunto de actividades disgregadas al servicio de la satisfacción de conciencias voluntaristas y culposas, para comenzar a ser textos desde los que nos señalemos caminos de esperanza que sean una oportunidad para todos. Particularmente para los que están permanentemente privados de ella.
Artículo escrito por Adrián Di Gregorio (enviado por el Padre Daniel Pinoti sdb)

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