En la Misa del domingo pasado se proclamó el Evangelio del Bautismo de Jesús en el Río Jordán (Mt 3, 13-17). San Mateo relata en su Evangelio cuando Juan, el Precursor, invitaba a todos a la conversión porque estaba por entrar en escena el Mesías prometido por el Señor a lo largo de muchos siglos. Ese bautismo que estaba haciendo San Juan era tan solo una preparación de los corazones para recibir a Jesús que estaba por iniciar su predicación de la Buena Nueva.
Cualquiera de nosotros puede preguntarse porqué Jesús, siendo Dios, tuvo que recurrir a este bautismo. En realidad, lo que el Señor hizo con su propio bautismo fue para purificar el Bautismo que hasta el día de hoy muchos católicos reciben.
Dijo San Máximo de Turín: "Cristo se hace bautizar, no para santificarse con el agua, sino para santificar el agua y para purificar aquella corriente con su propia purificación y mediante el contacto de su cuerpo. Pues la consagración de Cristo es la consagración completa del agua.
Y así, cuando se lava el Salvador, se purifica toda el agua necesaria para nuestro bautismo, y queda limpia la fuente, para que pueda luego administrarse a los pueblos que habían de venir a la gracia de aquel baño. Cristo, pues, se adelanta mediante su bautismo, a fin de que los pueblos cristianos vengan luego tras él con confianza."
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