Hoy domingo 20, en la Misa, hemos leído la cita Juan 1, 29-34 en donde Juan, delante de sus discípulos, señala a Jesús como el verdadero Cordero de Dios.
Tengamos en cuenta que en aquel momento, cuando Juan se había manifestado al Pueblo de Israel invitando a la conversión y advirtiendo sobre la próxima entrada en escena del Mesías, tenía no pocos seguidores quienes lo admiraban y escuchaban atentamente sus discursos.
Juan, lejos de querer vanagloriarse a si mismo, demuestra la grandeza de su alma haciéndose plenamente dócil al Espíritu: cumplió al pie de la letra la misión encomendada por el Señor que preparar los corazones para que Jesús llegue. Fue testigo del Bautismo de Jesús, presenció el descenso del Espíritu Santo sobre Él y escuchó la voz del Dios Padre desde los cielos. Y nada de eso se lo guardó, sino que lo compartió con los demás.
Quienes hemos tenido la oportunidad de conocer a Dios tanto en la Biblia, en la Eucaristía, en encuentros de catequesis, en retiros, vivencias compartidas habremos experimentado en más de una oportunidad el gozo de sentir la presencia del Dios Vivo.
Debemos imitar la actitud de Juan: hacerse humilde, dócil al Espíritu y señalarles a los demás en donde está Cristo para que salgan a su encuentro. Así como Juan vino a este mundo para ser el Precursor de Cristo, todos tenemos una misión en este mundo para servir a Dios y a los demás: hay que descubrirlo y vivirlo con coherencia.
Si en verdad hemos encontrado el verdadero sentido de esta vida, que es estar centrado en Dios, debemos ser valientes para señalar a Cristo en todos los ambientes en donde nos movemos: el hogar, los amigos, el colegio, la universidad, el trabajo y con cualquier persona que tomemos contacto. No es fácil, porque el mundo se encarga de agredir de distintas formas a aquel que se decida a jugarse por Jesús... pero lo bueno es que no caminamos solos: podemos sostenernos en Dios a través de los sacramentos y buscar también el apoyo en una comunidad de fe.
No es necesario ponerse a predicar directamente. Lo básico es que la propia vida, desde las actitudes más mínimas, hablen de Dios hacia los demás.
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