Lectura del libro del Apocalipsis
Se abrió el templo de Dios en el cielo y dentro de él se vio el Arca de la Alianza. Apareció entonces en el cielo una figura prodigiosa: una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza. Estaba encinta y a punto de dar a luz y gemía con los dolores del parto. Pero apareció también en el cielo otra figura: un enorme dragón, color de fuego con siete cabezas y diez cuernos, y una corona en cada una de sus siete cabezas. Con su cola barrió la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Después se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo, en cuanto este naciera. La mujer dio a luz un hijo varón, destinado a gobernar todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue llevado hasta Dios y hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, a un lugar preparado por Dios. Entonces: oí en el cielo una voz poderosa que decía: “Ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su dominio y de su reinado, y del poder de su Mesías”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo responsorial (44)
R. De pie, a tu derecha, está la Reina.
L. Hijas de reyes salen a tu encuentro. De pie, a tu derecha, está la reina, enjoyada con oro de Ofir. /R.
L. Escucha, hija, mira y pon atención: olvida a tu pueblo y la casa paterna; el Rey está prendado de tu belleza; ríndele homenaje porque El es tu señor. /R.
L. Entre alegría y regocijo van entrando en el palacio real. A cambio de tus padres, tendrás hijos, que nombrarás príncipes por toda la tierra. /R.
2ª Lectura (1Cor 15, 20-27a)
Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los corintios
Hermanos: Cristo, resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos. Porque si por un hombre vino la muerte, también por un hombre vendrá la resurrección de los muertos. En efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como primicia; después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo. Enseguida será la consumación, cuando después de haber aniquilado todos los poderes del mal. Cristo entregue el Reino a su Padre, porque El tiene que reinar hasta que el Padre ponga bajo sus pies a todos sus enemigos. El último de los enemigos en ser aniquilado, será la muerte, porque todo lo ha sometido Dios bajo los pies de Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
(Lc 1, 39-56)
Gloria a ti, Señor.
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita Tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor". Entonces dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen. Ha hecho sentir el poder de su brazo: dispersó a los de corazón altanero, destronó a los potentados y exaltó a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada. Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre. María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Por el Dogma de la Asunción sabemos que María, “terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (de la Bula que declara el Dogma de la Asunción el 1-11-1950). No quedó definido si la Santísima Virgen murió o no. Solamente que su cuerpo no quedó sometido a la corrupción del sepulcro y que ha sido ya glorificado.
Algunos pueden creer que éste en un “dogma inútil”, como se atrevió a proclamar hace algún tiempo un Teólogo. Pero ... ¿por qué, lejos de ser “inútil”, es importante que los Católicos recordemos y profundicemos en el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo? El Catecismo de la Iglesia Católica responde clarísimamente a este interrogante:
“La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (#966). ¡Nada menos!
En el Cielo, entonces, hay dos que ya resucitaron, sólo dos por ahora: Jesucristo y su Madre.
La importancia de la Asunción para nosotros, hombres y mujeres de este Tercer Milenio de la Era Cristiana, radica -entonces- en la conexión que hay entre la Resurrección de Cristo y la nuestra. La presencia de María, mujer de nuestra raza, ser humano como nosotros, quien se halla en cuerpo y alma, ya glorificada en el Cielo es esto: un anuncio o preludio de nuestra propia resurrección.
Veamos con más detalle, entonces, en qué consiste eso que los Católicos tenemos como uno de nuestros dogmas.
Los seres humanos que llegan directamente al Cielo, o aquéllos que al morir deben pasar una fase de purificación (purgatorio) y después de terminar esta fase, van pasando al Cielo, a todos ellos, Dios los glorifica sólo en sus almas y deben esperar el fin del mundo para ser glorificados también en sus cuerpos.
No así la Santísima Virgen María, quien tuvo el privilegio único de ser glorificada tanto en su alma, como en su cuerpo, al finalizar su vida terrena. En esto precisamente consiste el dogma de la Asunción.
El Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre el tema, explicó esto en los siguientes términos:
“El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio” (JP II, 2-julio-97).
María, quien es un ser humano como nosotros -salvo por el hecho de haber sido preservada del pecado original- está ya en cuerpo y alma gloriosos en el Cielo. Esta “realidad última” de María Santísima es preludio de nuestra propia “realidad última”. El Cielo, y la gloria en cuerpo y alma, es el fin último de cada uno de nosotros los seres humanos. Para eso hemos sido creados por Dios, y cada uno es libre de alcanzar esa realidad o de rechazarla. Cada uno es libre de optar por esa felicidad total y eterna en el Cielo, en gloria, o de rechazarla, rechazando a Dios.
Por ley natural, entonces, los cuerpos de los seres humanos se descomponen después de la muerte y sólo en el último día volverá a unirse cada cuerpo con su propia alma. Todos resucitaremos: los que hayamos obrado mal y los que hayamos obrado bien. Será la “resurrección de los muertos (o de la carne)”, que rezamos en el Credo. “Unos saldrán para una resurrección de vida y otros resucitarán para la condenación” (Jn. 5, 29).
(fuente: www.homilia.org)
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