Las masas depauperadas, las situaciones de cautiverio y esclavitud de la reconquista, los destrozos de la herejía y el paganismo, las situaciones antievangélicas de una Iglesia que busca la reforma, el mundo de los pecadores... Son todas experiencias históricas de la vida de Domingo que configuran su perfil espiritual y evangélico.
¿Es la historia personal de Domingo la que le obliga a volver la mirada a Cristo Redentor y Salvador, para centrar de lleno en él su experiencia de Dios? ¿Es la experiencia de Dios tenida en la contemplación de la Cruz de Cristo la que le hace a Domingo volverse a todas las situaciones históricas y mirarlas con ojos evangélicos? Las dos cosas a la vez. El amor de Cristo y el amor a los hombres concretos crecen en él simultáneamente, porque son dos caras de un mismo mandamiento, o más bien, dos caras de una misma experiencia de Dios.
Sin embargo, una cosa es cierta: es al contacto con la humanidad como Domingo ve acrecentarse su experiencia de Dios en la oración y en la contemplación. La experiencia contemplativa de Domingo tiene su origen en la historia personal de éste. Este hecho explica la consistencia y densidad de la experiencia religiosa de Domingo y el carácter notablemente histórico y encarnado de su perfil espiritual y evangélico. Desde el drama de la historia humana asumida, entonces como ahora, en las más variadas formas de opresión y de esclavitud, Domingo emprende la marcha hacia una experiencia cada vez más intensa de redención y de la libertad cristiana. Es al contacto con la humanidad como va brotando su experiencia de Dios en Cristo.
Vida Contemplativa.
La oración y el espíritu contemplativo de Domingo crecen y se intensifican a medida que en su vida va entrando en la refriega y el compromiso apostólico. Serán en adelante una oración y una contemplación siempre motivada por el contacto con la humanidad, pues este contacto el que refiere la mente de Domingo a la contemplación del misterio de Cristo Salvador y hace brotar desde lo más íntimo de su ser la oración de intercesión. En Domingo, la vida contemplativa y el compromiso apostólico van medularmente ligados.
La oración y la contemplación atraviesan toda la vida de Domingo. Su oración es contante. Durante su infancia en Caleruega y Gumiel de Izán, estudiante en Palencia, Subprior en Osma, predicador en el Lagüedoc y en todas sus correrías apostólicas, prior y hermano de los predicadores en los conventos que el va fundando...son todas etapas de su vida basada sobre la oración y la experiencia contemplativa. Es una oración constante y sin interrupción. Ora de día, mientras va por los caminos, acompañado de sus hermanos o separándose de ellos para su oración particular. Haciendo silencio durante las horas acostumbradas mientras sigue caminando o bien cantando salmos o himnos (Ave Maris Stella, Veni Creator Spiritus...). Interrumpe su viaje para acompañar la oración monástica cuando escucha la campana de algún monasterio vecino. Y, cuando no está dedicado a la oración, predica o comenta con sus hermanos la Palabra de Dios y los misterios dela Redención. De esta dedicación intensa a la oración nos hablan reiteradamente los testigos de su canonización: “... tenía por costumbre hablar siempre de Dios o con Dios en casa, fuera de casa, y en el camino” (Proc. Canon. Bol. n.VII).
Pobreza radical.
Domingo es un hombre libre de los bienes materiales para seguir libremente a Jesús y para anunciar con toda libertad la buena noticia de Jesús.
Los gestos concretos de la pobreza de Domingo son abundantes. Renuncia a su tierra , a su patria, y al patrimonio familiar, para vivir en la itinerancia como mensajero del Evangelio. Renuncia al mayor tesoro que entonces podía tener un estudiante: sus libros (máxime cuando estaban adornados con glosas y anotaciones hechas de propia mano). Y queda expuesto a la sorpresa del mañana en cualquier lugar desconocido, espacio abierto para experimentar la providencia de Dios para los suyos. La itinerancia será un rasgo de la pobreza de Domingo vivida en función de la evangelización. Pobre en la comida, vive de limosna contentándose con el sustento de cada día y aguardando el del mañana. Pobre en el vestido, gusta de llevar los vestidos más viles. Sólo tiene una túnica y una miserable capa raída. Camina sin dinero y sin alforja. Sólo lleva en sus caminatas el bastón evangélico, un cuchillo -eran otros tiempos- y sus mejores prendas apostólicas: el Evangelio de Mateo y las Cartas de San Pablo. Camina sin dinero, no tiene un denario para pagar el pasaje al barquero que le hace la travesía del río. Pobre en la habitación porque carece de ella. No tiene cama para descansar después de sus fatigas apostólicas, ni siquiera dispone de habitación propia en sus propios conventos. Cuando va de camino vive a expensas de la buena voluntad de los anfitriones, y aprovecha la oportunidad para encuentros apostólicos. Cuando pernocta en sus propios convento, su habitación es la iglesia. Hasta para morir hubo de tomar prestada la habitación del Maestro Moneta en el convento de Bolonia.
Humilde.
La humildad de Domingo tiene raíces profundas: un hondo conocimiento de sí mismo y una confrontación constante con el ideal de Jesucristo, manso y humilde de corazón. Domingo no es humilde a base de establecer comparaciones entre su persona y los demás hombres; es humilde al verse a si mismo frente a la imagen de Cristo Redentor. Su humildad no es una mera virtud moral, ni el fruto de la obediencia a normas y mandatos tomados de reglamentos humanos. Tampoco su humildad se reduce a una mera modestia humana. Su humildad es una actitud evangélica, que brota de una honda experiencia de Dios y de un profundo conocimiento de si mismo en el Señor. Su humildad no es una forma de comportarse ante los hombres; es una forma de ser en Cristo.
Virgen de cuerpo y de espíritu.
La virginidad de Domingo se expresa en su vida en forma de madurez humana y desemboca en una integración armónica de la personalidad humana y cristiana. La alegría y la afabilidad en su trato, la proximidad de Domingo con las gentes, su capacidad de amistad con cuantas personas se acercan a él... son el mejor testimonio de una personalidad madura y de la integración de los valores del amor humano en un proyecto de vida evangélico y apostólico. Domingo puede dar cauce a estas virtudes humanas precisamente porque ha conseguido liberar al amor humano de todas sus desviaciones. Por eso puede vivir la amistad humana con pleno equilibrio y serenidad. Y este es el objetivo más inmediato de la opción por la virginidad y el celibato.
La virginidad y el celibato se convierten en virtud cristiana cuando dejan de estar inspirados por el miedo y la represión y son canales de entrega generosa a la causa de la comunidad entre los humanos, cuando se encarnan en relaciones humanas de amistad y comunidad, cuando se viven en el interior de la comunidad y llevan la convivencia humana al plano de la comunión generosa y desinteresada. Es esta la forma de convivencia que Domingo ha conseguido establecer con sus frailes, con sus monjas, con las mujeres que le hospedan, con todas las personas que se cruzan en su camino.
Por encima de todo la caridad La caridad es el núcleo del seguimiento radical de Cristo, y el núcleo del perfil evangélico de Domingo. El testamento de Domingo es muy sencillo: caridad, humildad y pobreza. “para que no pareciese que dejaba desheredados y huérfanos a aquellos hijos que le había dado el Señor, puesto que iban a quedar desamparados del apoyo del padre y de sus consuelos, estableció un testamento como cuadraba al pobre de Cristo, gran hacendado en la fe y coheredero del reino que prometió Dios a los que le amasen; testamento no de terrenos caudales, sino de gracia; no de prendas materiales, sino de vida celestial. En una palabra: legó todo lo que poseía, diciendo: estas cosas son, hermanos carísimos, las que os dejo, como a hijos, para que las poseáis por derecho hereditario: tened caridad, guardad la humildad y abrazad la pobreza voluntaria” (P. Ferrando, n. 36). Domingo dejó como herencia a sus hijos lo que él mismo había considerado el mejor tesoro de su vida al servicio del Evangelio.
Domingo, estudiando día y noche la Palabra del Evangelio y permaneciendo próximo a la humanidad doliente, aprende la lección suprema de la caridad cristiana, se reviste de entrañas de compasión y ve crecer en él el ansia del martirio. La compasión de Domingo está sin duda asociada a su espiritualidad de encarnación, traducida en gestos de compasión a imitación de la vida de Cristo: “ Ya desde la infancia había crecido en él la compasión, que, amontonando sobre sí mismo las pesadumbres de los otros, no le eximía de ser partícipe de cualquier aspecto de la aflicción. Del recinto de su corazón había hecho un hospital de infortunios y no sabía cerrar a nadie las entrañas de su misericordia” (P. Ferrando, n. 5).
Tomado del libro:
Felicísimo Martínez: Domingo de Guzmán, Evangelio Viviente.
(fuente: www.dominicos.org)
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