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viernes, 13 de septiembre de 2013

Brochero y los Ejercicios Espirituales

El amor y la amistad son inagotables en la experiencia humana. Tal vez, se pierda en el arenal de la vida pero su vertiente virgen, nunca es estéril; siempre surge virtuosa agua.

En la vida se dan amistades verdaderas, pero pocas. Los amigos se hacen con el trato, queriéndose y ayudándose en las buenas y en las malas, compartiendo los gozos y las penas. La amistad se hace con los mayores valores de la intimidad del hombre.

Con Jesucristo Nuestro Señor pasa lo mismo que con los amigos humanos. Muchas veces nos parece difícil, porque no dudamos de nosotros mismos sino que dudamos de Dios; pero la iniciativa siempre es de Él. Teniendo en cuenta que la amistad se hace entre iguales o los iguala, el Señor nos iguala para ser nuestro amigo.

José Gabriel Brochero sintió a Jesucristo como amigo y lo buscó desde niño. Lo sintió muy cercano en algunos acontecimientos de su vida, como cuando rezó para que su compañero no lo matara la creciente del río. Lo siguió buscando en el seminario hasta que en Córdoba hizo los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Ahí se dio cuenta de que ése era un modo de estarse con el Señor, tratando y conversando con Él, "como un amigo habla con su amigo", sin otra preocupación que la oración y el recogimiento.

A partir de entonces el Cura Brochero experimentó de que los Ejercicios Espirituales eran un modo privilegiado de tratar en amistad con Jesús, de conocerlo, de arreglar con Él las cuentas, de pedirle perdón... y quiso que cuantos trataban con él tuvieran la oportunidad de esta experiencia.

En este sentido trabajó incansablemente los primeros años de su misión como párroco llevando a Córdoba centenares de hombres y mujeres del campo cruzando las Altas Cumbres, muchas veces nevadas, a lomo de mula, para hacer Ejercicios.

Después no paró hasta cumplir su sueño de tener en la misma parroquia una casa de Ejercicios. La inauguró en 1877 y llegó a reunir en ella tandas de 900 hombres y de 600 mujeres.

En 1880 llegaron a lomo de mula las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, recién fundadas por la Madre Catalina de María Rodríguez, para hacerse cargo de la Casa hasta nuestros días.

El P. Amado Anzi, sacerdote y jesuita, misionero y amigo, dejó un manuscrito que se conserva en el Museo Brocheriano y que dice: "¡Te jodiste Diablo!'. Es la palabra casi bíblica de Brochero al poner la piedra fundamental de la Casa de Ejercicios.

Todos tienen algo que hacer; están levantando la casa de encuentro de Dios con el hombre.

¡Qué misterios y secretos del corazón humano guardará como cofre esta casa! Más de cien años.

Piedras, ladrillos, adobes, maderas, para encerrar el silencio, que luego saldrá hecho palabra, hecho ejercitante y hecho hombre nuevo. Nadie se hace a un lado; brazos no le faltan; era su obra y la de su pueblo, levantada sobre la roca de la fe.

Vendrán vientos y tormentas soplados por la historia, pero la casa seguirá evangélicamente en pie.

Aquí se estrechan la mano, Dios y el Hombre.

Pero el hombre aprende que no puede dar la mano con el puño cerrado: hay que abrir el corazón.

Es una reliquia, es el corazón de Brochero: su Milagro".

A la muerte de Brochero habían pasado por la Casa 70.000 personas.

Una anécdota nos ilustra muy bien lo que pasaba en la Casa de Ejercicios en vida del Cura Brochero.

"Había en las Sierras Grandes, allá por 1887, un gaucho malo, capitán de bandoleros, famoso por sus robos y crímenes. La escasa policía de la región prefería hacer la vista gorda antes que librarle batalla campal, de la que hubiera salido infaliblemente derrotada.

El señor Brochero se empeñó en hacer "tomar" los ejercicios al "Gaucho Seco", y fue a buscarlo a su escondrijo como quien busca un puma en su cubil. De entrada nomás le dijo que iba a curarle la lepra de que estaba cubierta su alma. El Gaucho Seco oyó estupefacto semejantes palabras y tuvo curiosidad de asistir a unas ceremonias tan extrañas, de que hacía diez años se hablaba tanto en el país.

Una mañana del frío mes de agosto llegó al Tránsito, montado en una mula zaina, guiado por el cura que montaba invariable su mula Malacara, y seguido a cierta distancia por otros jinetes que le guardaban las espaldas.

Vamos a ver -dijo el gaucho seco, apeándose a la puerta de la Casa de Ejercicios cómo se me va a curar la lepra del alma.

Desensilló, entregó la mula a su lugarteniente, y llevando en brazos el apero que sería su cama durante ocho días, siguió a Brochero, que le hizo cruzar los dos patios, y palmeándole la espalda, le indicó una habitación donde dormiría con una veintena de hombres de su laya.

Más de setecientos paisanos habían llegado ya para esa tanda. Todos miraban no sin recelo al Gaucho Seco que pasaba arrogante entre ellos, haciendo sonar sus espuelas y arrastrando la cincha de su silla de montar cubierta por ricos pellones.

Sólo se oía el ruido de aquellos pasos y de aquellas espuelas. Un silencio imponente dominaba la extrañísima reunión.

¡Vamos a ver el milagro!, dijo para sí con sorna, arrojando sobre la tierra empedernida el copioso apero.

Sonó entretanto una campanilla agitada por la mano de un viejo; y todos silenciosamente lo siguieron sin saber a dónde, y Seco detrás de ellos. Entraron en la capilla, oscura, no obstante ser de día alumbrada escasamente por algunas velas de sebo y la mariposilla de Sagrario.

Un sacerdote de negra sotana empezó a hablarles. Nadie más que él hablaba. El silencio era absoluto y comprimía hasta el latido de las sienes.

Del patio llegaba un olor a carne asada. El Señor Brochero les preparaba el primer almuerzo en fogatas al aire libre. Terminó la plática y hubo rezos y cánticos: ¡Misericordia, Señor, misericordia de mí, Que a tantas misericordias tan mal te correspondí!" El Gaucho Seco asistió sin aburrirse, pero sin comprender ni los cantos, ni los rezos, ni las pláticas.

Sonó otra vez la campana y salieron a almorzar. Siempre el mismo silencio impresionante. A 1o sumo, el ruido de un cuchillo, uno de esos largos y filosos cuchillos de los gauchos, que cortaban un hueso.

Después tomaron mate alrededor de anafes de barro cocido, en que se iban durmiendo rojas brasas de algarrobo.

El Gaucho Seco vencido por las ganas de tomar mate, se allegó a un grupo y aceptó que lo convidaran, sin atreverse a pronunciar una palabra, tan imperioso era el callar de la muchedumbre.

De nuevo la campana y el moverse en filas de la concurrencia, y el acudir a la capilla, y de nuevo la plática y los rezos y los cantos.

Al anochecer una fantástica procesión de Vía Crucis, y enseguida 1o inaudito, la cosa más extraña del mundo por turno, pues no cabían todos a la vez, entraban a la capilla, cerraban las puertas, se apagaba hasta la minúscula luz del Santísimo, y aquellos hombres recios, barbudos, se azotaban cruelmente las espaldas desnudas con sus rebenques de cuero trenzados. Entretanto los otros fuera de la capilla, aguantaban excitados por la granizada de azotes, cuyo ruido llenaba el patio.

El Gaucho Seco penetró con sus compañeros, pero permaneció de pie, en un rincón, torvo y enfurecido de haberse dejado llevar hasta aquella mojiganga.

Después de nuevo a las piezas, desnudas y frías, donde calentaron los estómagos vacíos con algunos mates, y se acostaron vestidos sobre sus aperos, en la tierra, porque no había camas, ni las necesitaban personajes como ellos.

Al alba otra vez la campana y las mismas distribuciones y el mismo silencio.

Más que las pláticas de los jesuitas que sucesivamente les hablaban, llamaban la atención del Gaucho Seco las coplas que se cantaban y cuyo sentido había comenzado a percibir: "¡Perdón, ya mi alma sus culpas confiesa; mil veces me pesa de tanta maldad... Perdón, oh, Dios mío, perdón y piedad...!".

¿Sería cierto, sería posible que Dios lo perdonara a él?

¿Sería verdad que otros muchos, tan cargados como él de crímenes, habían encontrado misericordia al pie del Crucifijo?

Al tercer día el Gaucho Seco azotó con furia los recios lomos y al sexto día se arrodilló sollozando a los pies de un misionero, que lo envolvió en el poncho de lana para que no lo vieran llorar.

¡Cayeron mi curita las escamas de la lepra! Hoy es el día de mi nacimiento.

Al otro año el Gaucho Seco volvió a los ejercicios trayendo a catorce paisanos más, que querían también hacer el maravilloso experimento de nacer de nuevo.

El último día de los ejercicios el Cura los despedía con una carne con cuero y un sermoncito así: "Bueno, vayan nomás y guárdense de ofender a Dios volviendo a las anda¬das. Ya el cura ha hecho lo que estaba de su parte para que se salven, si quieren. Pero si alguno se empeña en condenarse que se 10 lleven al Diablo... "


Así en la vida como en: la muerte

Tres meses antes de su muerte, José Gabriel Brochero escribe su última carta despi¬diéndose de su compañero de ordenación, en la que nos revela profundamente su alma:

"Tránsito, 28 de octubre de 1913

Al Sr. Obispo de Santiago del Estero Dr. Yañiz Martín Mi querido:

Recordarás que yo sabía decir de mí mismo, que iba a ser tan enérgico siempre, como el caballo chesche que se murió galopando; pero jamás tuve presente que Dios Nuestro Señor es y era quien vivifica y mortifica, quien da las energías físicas y morales y quien las quita: pues bien, yo estoy ciego casi al remate, apenas distingo la luz del día, y no puedo verme ni mis manos, a más estoy casi sin tacto desde los codos hasta la punta de los dedos y de las rodillas hasta los pies, y así otra persona me tiene que vestir o prenderme la ropa; la Misa la digo de memoria, y es aquella de la Virgen cuyo Evangelio es: "extollens quaedam mulier de turba ... "; para partir la hostia consagrada, y para poner en medio del corporal la hijuela cuadrada, llamó al ayudante para que me indique que la forma le he tomado bien, para que se parta por donde la he señalado, y que la hijuela cuadrada está en el centro del corporal para hacerlo doblar; me cuesta mucho hincarme y muchísimo más levantarme, a pesar de tomarme de la mesa del altar. Ya ves el estado a que ha quedado reducido el chesche, el enérgico, el brioso.

Pero es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios Nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la vida pasiva, quiero decir que Dios me da la ocupación de buscar mi último y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo.

No ha hecho así contigo Dios Nuestro Señor, que te ha cargado con el enorme peso de la Mitra hasta que te saque de este mundo, porque te ha considerado más hombre que yo, por no decirte en tu cara que has sido y sos más virtuoso que yo.

Me ha movido a escribirte tal cual ésta porque tres veces he soñado que he estado en funciones religiosas junto contigo, y también porque el 4 del entrante enteramos 47 años a quienes eligió Dios para príncipes de su corte, de lo cual le doy siempre gracias a Dios, a fin de que nos veamos juntos en el grupo de apóstoles en la metrópoli celestial.

J. Gabrie1 Brochero"

Los momentos finales de la vida del Siervo de Dios los referirá años más tarde el Padre Angulo escribiendo que "calmado de aquellos dolores agudísimos (tenía una neuritis terriblemente dolorosa) y clareado en su mente, el Señor Brochero rogó lo confesara y preparara su cercana hora.

Quiso ya dispuesto, recibir el Viático, sentado en la cama y de sotana. Sus súplicas de rezo a Jesucristo enternecían. Pero lo que sí quedó grabado en mi espíritu fue aquella fe viva y tierna del Señor Brochero, que cegado en sus ojos de carne y teniendo en sus manos el Santo Cristo parecía contemplarlo". Se extinguió serenamente. El camino de la eterna luz se abría ante él como una recompensa de sus fatigas en la tierra. Fue el 26 de enero de 1914 cuando se produjo su muerte. En pleno verano, fue corriendo de boca en boca, con doloroso eco, la noticia de la muerte del Cura Brochero y un agobio de pena se quedó en las almas. Horas después muchos besaban entre sollozos las manos encallecidas por el trabajo y la frente quemada por los soles y los vientos de la montaña. Muda estaba ya su lengua, aquella lengua que había dicho en más de una ocasión verdades duras, quemantes pero que enseñaban con humana realidad a encontrar el camino del bien.

Quedaba su sombra protectora, como un símbolo de cristiandad, de amor y de esperanza. La pequeña talla de su cuerpo, se agigantaba en el espíritu de quienes habían recibido los beneficios de su actividad evangélica. Las flores, con el ramo de lágrimas de muchos corazones, quedaron junto a él. Tenían un silvestre perfume, como aquel arisco aire de las alturas, que Brochero respiraba con fuerza para "seguir a Cristo, imitándolo".

Concluyo haciendo mías las palabras del Cardenal Primatesta:

"Esa es a grandes líneas, la filosofía espiritual de aquel sacerdote que sus feligreses llamaban con cariño y devoción: 'El Señor Brochero', nombrado por nosotros: 'El Cura Brochero'.

Figura sacerdotal tan arraigada aún, y cada día más, no sólo en el alma de los serranos sino ya en casi todos los rumbos de Argentina. Profundamente piadoso, trabajador inteligente e infatigable, pastor incansable celoso de las almas, promotor del desarrollo de una vida más humana, Brochero pertenece igualmente a este paisaje agreste y solemne de nuestras Sierras Grandes y a la historia de nuestro clero.

Su nombre es ya un símbolo y un programa.

Y nuestros Sacerdotes saben ahora que una Parroquia por grande, difícil o humilde que sea, puede ser un campo de milagros, si se la trabaja con Fe, con optimismo y con rectitud, es decir: sacerdotalmente.

Y, como terminaba su estudio el Pbro. Dr. Severo Reynoso: 'El Cura Brochero vivió en espíritu y en verdad. Trabajó con espíritu y por la verdad. Y como la Verdad y el Espíritu no pueden morir porque son la definición de Dios, la vida, el hombre y la obra de Brochero pertenecen a Dios, es decir a la inmortalidad'.

Por eso, hoy pedimos al Señor, de quien procede todo el don perfecto: él que dispuso que José Gabriel del Rosario fuese pastor y guía de una porción de su Iglesia, y lo esclare¬ció por su celo misionero, su predicación evangélica y una vida pobre y entregada, que complete su obra, glorificando a su Siervo con la corona de los santos."

(fuente: www.curabrochero.org.ar)

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