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jueves, 26 de septiembre de 2013

Como también nosotros perdonamos

Todo cristiano sabe por lo menos rezar el Padre Nuestro, y a mí desde mucho tiempo atrás y en varios momentos, me ha llamado la atención el condicionamiento positivo que Jesucristo planteó a sus apóstoles al enseñarles a orar: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden.”

Muchas personas que se alejan de la Iglesia, y otras que llevan muchos años de no practicar el catolicismo, utilizan como una de sus razones para no ser parte de la comunidad, una enseñanza de la religión que enfatiza el pecado y la culpa, basada en experiencias, quizá desde la familia, donde el hacer tal o cual cosa genera conflictos y resentimientos, que no permiten luego una vida en la familia y la comunidad religiosa por la ausencia del perdón.

La catequesis de los últimos Papas es muy rica en el amor y el perdón de Dios; por ejemplo en la encíclica del Beato Juan Pablo II Dives in Misericordia (Dios rico en misericordia); o Deus Caritas Est (Dios es Amor) del Papa emérito Benedicto XVI; y no se diga de las innumerables referencias del Papa Francisco al perdón de Dios en sus audiencias, discursos y homilías.

Jesucristo se presenta en sus encuentros evangélicos como el que tiene misericordia, el que se compadece, y su primera reacción es perdonar los pecados, casi sin necesidad de que se lo pidan, como los enfermos que le eran presentados, o la pecadora pública, y la adúltera, a quienes antes de sanarlos de enfermedades físicas, les perdonaba los pecados ante el movimiento de fe de ellos que lo buscaban para su sanación.

Los cristianos somos llamados a imitar a Cristo, más aún, estamos invitados a unirnos a él, y es a través de esta unión que nosotros podremos también perdonar a otros, si lo imitamos, o si participamos de su vida a través de la oración, o la gracia sacramental, entonces también podremos participar de su misericordia, de su compasión que invariablemente nos llevará a perdonar.

El perdón y la misericordia son las claves de la comunidad cristiana que puede atraer de nuevo a quienes se han alejado, ya sea por conflictos familiares o religiosos no resueltos. Cambiar nuestra perspectiva de conflicto, culpa y resentimiento, por la de perdón, misericordia y acogida, es el camino del amor, es el camino del cristiano que imita a Cristo y vive unido a Él por la gracia.

El cristianismo no es una religión de culpa, angustia y pecado como algunos piensan, por el contrario, es un camino para salir de ahí a través del perdón, y el amor. Es una buena noticia que nuestro mundo necesita recibir y vivir para transformarse.

escrito por Oscar Fidencio Ibáñez Hernández 
(fuente: www.encuentra.com)

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