Mi hija de 18 meses tiene prohibido entrar. No he puesto una reja. Por pereza. Quiero tener acceso libre sin abrir y cerrar continuamente una puerta bajita con un sistema complicado incluso para un adulto.
Mi hijita sabe que no puede entrar. El “no” es la primera palabra de la que aprendió el significado (después de papá y mamá por supuesto). También es la primera que empezó a usar.
A pesar de la prohibición ella me desafía. Se acerca cuanto más puede a aquel límite: la raya que separa la moqueta del piso de la cocina. Luego, cómo si nada, empieza a meter el dedo gordo del pie. “Vamos a ver si mamá me va a regañar por meter sólo mi dedito”. Espera mi reacción evitando mi mirada. Si no recibe ninguna respuesta, avanza una manita hasta casi tocar el lavaplatos. Esta vez mientras lo hace me mira a los ojos. Sigue desafiándome mientras busca tener bajo control mi reacción. Si no le hago caso porque no le veo o porque me hago de la vista gorda, la valiente da un paso. Sabe que ahora hay dos posibilidades. El exilio o el derecho a permanecer. Si está papá no merece la pena ni meter el dedo gordo. Si está mamá, alguna vez, hay posibilidad de “asilo político”.
Los niños nos piden límites. Tienen que estar seguros que los hay, que están protegidos. Pero al mismo tiempo quieren ver hasta que punto ese límite se puede superar, hasta donde los padres estamos dispuestos a defenderlos. De ese modo entienden si de verdad merece la pena que exista ese límite.
La autoridad de los padres es el primer y el más importante “cinturón de seguridad” para los hijos. A pesar de ello, al día de hoy el concepto de autoridad entra en el índice de las palabras prohibidas. Especialmente en el ámbito pedagógico se relaciona con su abuso: el autoritarismo, famoso también en el ámbito político a causa de los regímenes dictatoriales. La consecuencia ha sido que la autoridad ha sido despojada de su significado originario.
Autoridad deriva del latín augere que significa hacer crecer, prosperar, favorecer, elevar y promover moral y espiritualmente. En la antigua Roma se distinguía entre la auctoritas y la potestas. La autoridad correspondía a la persona que sabía -el sabio o el político- mientras que la potestas se refería a la persona que usaba el poder y la fuerza. Con el pasar del tiempo los dos significados de autoridad y potestad se fundieron.
Hoy en día podemos aprovechar la antigua definición para aclarar lo que procede de la autoridad. De la autoridad entendida como saber derivan los consejos, mientras que de la autoridad entendida como potestad derivan las órdenes. El problema surge cuando se pretende dar órdenes en una situación en la cual se requieren consejos, cayendo en el autoritarismo o se pretende dar consejos en una situación que requiere órdenes, cayendo en el permisivismo.
Se podría esquematizar este concepto de la siguiente manera:
Autorictas: El que sabe. Cualidad personal reconocida
Problema: Cuando en vez de dar consejos se dan órdenes. AUTORITARISMO
Potestas: El que tiene poder. Función que desempeña
Problema: Cuando en vez de dar órdenes se dan consejos. PERMISIVISMO
La autoridad de una persona debe ser ante todo legitimada por un saber y después por una acción coherente. Una persona que sabe y que actúa coherentemente adquiere prestigio frente a los demás. En el ámbito familiar la autoridad de los padres es justificada por el hecho de que los padres saben, conocen más del hijo.
Cuando un niño es pequeño existen ciertas normas primarias que sirven ante todo para evitar peligros físicos. En ese caso los padres tienen que usar la autoridad en el sentido de poder ya que una sencilla explicación no sería buena motivación para evitar un peligro (se darían consejos en vez de órdenes: permisivismo). Otras veces, las normas sirven para instaurar unos ritmos correctos de vida familiar o acostumbrarse a una adecuada convivencia social. Especialmente cuando se trata de este tipo de normas, cada padre tiene que evaluar, a medida que el niño crece en edad y madurez, si es el momento de acompañar las órdenes con una explicación. El objetivo final es dejar gradualmente la autoridad entendida como orden para ejercer una autoridad entendida como consejo.
Aquí van 10 consejos prácticos para promover el crecimiento moral de los hijos, porque la pedagogía es útil cuando pasa de la teoría a la práctica.
1. No repetir las órdenes. La repetición es la causa más frecuente de la pérdida de autoridad. Si sabemos con antelación que algunas ordenes son difíciles de obedecer, lo aconsejable es adelantarlas: “empieza a guardar los juguetes, porque ya va a ser la hora de servir la cena”. En vez de: “es la tercera vez que te digo que recojas los juguetes…”
2. Dar pocas normas y claras. A la edad de 1ª 3 años, las normas tienen que referirse a evitar peligros, a buenas costumbres alimenticias, a rutinas de sueño y a ciertas normas básicas de convivencia social. Esos temas no se negocian, mientras que otros, conforme con la edad y la madurez, se pueden hablar y decidir juntos. Normalmente hasta los dos años hay pocos temas que se puedan negociar. Después, algunos ejemplos de temas negociables pueden ser la elección del color de una camisa o un pantalón por la mañana o la elección entre varios videos o programas ya seleccionados previamente por los padres en los contenidos y en el horario. En general todo lo que se refiere a pequeñas elecciones que provienen de algo seleccionado anteriormente por los padres.
3. Compartir la autoridad entre padre y madre sin delegar. Si resulta que el padre sabe ejercer mejor la autoridad como poder y la madre como sabiduría, ambos tienen que aprender a ejercer la autoridad en su sentido completo: poder + sabiduría.
4. Escoger el momento adecuado para corregir. Prestar atención a las circunstancias que pueden humillar o meter en problemas al niño.
5. Hablar con el niño cara a cara. Ponerse a su altura y establecer un contacto visual es fundamental. También las palabras tienen que ser a la medida del niño pero la entonación de la voz tiene que ser la misma que se usa con un adulto: firme pero sin enfado. No hay que imitar la voz del niño o cambiar la entonación.
6. Meterse en los zapatos de los niños y decírselo. Por ejemplo decirle: “Se que te cuesta mucho dejar de jugar ahora porque estás disfrutando y me alegra que así sea. Pero ya es hora de recoger porque la cena está preparada”.
7. Hacer entender al niño que el conflicto no es entre él y los padres sino entre él y la norma. Cuando hay un conflicto, hacerle sentir al niño que nunca dejamos de quererle. Si obviamente no es el momento para demostraciones de afecto (besos y abrazos) no hacemos ver que su actitud afecta nuestro humor. Tenemos que seguir haciendo lo que tenemos que hacer. Cuando el niño esté tranquilo, si tiene la edad adecuada, explicarle el porque de nuestra prohibición.
8. Presentar las normas de manera positiva. Decir “podrías hacer esto a cambio” en vez de “no puedes hacer eso”.
9. Evitar fundamentar la educación en premios y castigos. Los premios y los castigos enseñan a los niños que tienen o no tienen que hacer una cosa porque hay una consecuencia que muchas veces no está relacionada con la orden. Más que premios y castigos se podrían utilizar buenas razones. Por ejemplo: “Es la hora de recoger los juguetes porque la cena está preparada. Preparé algo que te va a gustar mucho” (no decirle “si lo haces te doy…”).
10. Ejercer la autoridad de manera diferente con cada hijo. Hay que ser justos. Eso significa tratar a cada uno de acuerdo con su manera de ser y con sus necesidades.
escrito por Maria Grazia Gualandi
Licenciada en Ciencias de la Educación, con especialidad en Educación de adultos.
Doctora en Educación por la Universidad de Navarra.
(fuente: www.protegetucorazon.com)
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