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lunes, 26 de mayo de 2008

Discernir para hacer un Examen de Conciencia

Les confieso que no imagino posible un verdadero discernimiento, tanto personal como comunitario, sin la práctica cotidiana del examen de conciencia. Y me explico. La vida es vocación; existimos porque hemos sido creados personalmente por Dios, “hechos y formados con sus manos” (Sal 118,73; cf. Gn 2,7); no vivimos porque lo hemos querido, sino porque hemos sido deseados, llamados de la nada (Gn 1,26); y, precisamente porque la vida es efecto del querer de Dios, no se puede vivir más allá o fuera de la voluntad divina; si no existimos porque lo hemos escogido, no deberíamos existir como nos parece: la vida, gratuitamente concedida, tiene límites que respetar (Gn 2,6-17) y deberes que cumplir (Gn 1,28-31).

De nada serviría reconocer a Dios y reconocernos obligados con Él, si luego no nos preocupamos de buscarlo en nuestra vida y de organizar ésta –ordenarla, diría San Ignacio de Loyola- de modo consecuente. Se hace, pues, necesario discernir, es decir, tener “la capacidad de distinguir lo que en mis acciones es según el Espíritu de Cristo y lo que le es contrario”, “de no obrar por impulso”, y cuando se obra “de comprender de dónde viene aquel impulso”, qué produce y hasta dónde me lleva.

¿Cómo hacer el discernimiento? Mediante el examen de conciencia. Éste, más que elemento formal de la oración de la noche, es un verdadero camino de crecimiento espiritual; quien lo recorre aprende a mirar la realidad, propia y de los otros, con la mirada de Dios y en su corazón. El examen es una oración, cuyo objeto es la propia existencia y cuyo objetivo está en reconocer con lucidez el proyecto de Dios sobre ella y en asumirlo con responsabilidad. Encontrar las huellas de Dios en lo cotidiano, darse cuenta de su presencia y de su acción en lo que sucede durante el día, es la meta del examen y su mejor fruto.

De nosotros se espera la capacidad de hacer proyectos de vida que nos ayuden a avanzar verdaderamente en el camino espiritual; de nosotros, como educadores por vocación, se espera el valor de proponer el examen de conciencia como modalidad de oración que compartir también con los jóvenes y con los laicos que colaboran con nosotros. ¡Y pensar que bastarían sólo diez minutos –¡pero todos los días!- para hacer este ejercicio que, cuando se hace fielmente, nos lleva a encontrar a Dios en lo ordinario de la vida diaria, reconociendo lo que ha hecho en nosotros y para nosotros (Rm 8,28)!


¿QUÉ ES ?
1. “Hallar a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios”. Esto es una gracia, pero requiere una paciente ejercitación.

2. Es un modo de oración, cuya materia es la propia existencia y cuyo objetivo es conocer con lucidez y asumir con responsabilidad la propia historia; su meta es inventariar las huellas de Dios, su presencia en todo lo sucedido durante el día.

3. Lo más importante no es darme cuenta cómo puedo perfeccionarme viviendo el Evangelio, sino cómo Dios puede estar presente en todas las cosas, también en mi vida.

4. Se trata de aprender a reconocer por dónde nos quiere llevar Dios para dejarse llevar por El. Es un ejercicio diario de discernimiento en la vida personal, consiste básicamente en recordar los acontecimientos del día y adentrarse en uno mismo para reconocer la presencia de Dios y su acción en la vida diaria y “llegar a contemplarse como Dios me contempla”.

5. No es:
• Una mirada narcisista, que se centra en uno mismo con agrado y satisfacción; tampoco una mirada autocrítica, severa y perfeccionista
• Un juicio moral, para centrarse sólo en el mal realizado o en el bien que no hice
• Un ejercicio de psicología, que busca entrar en uno mismo para conocerse mejor
• Una lista de vivencias interiores

6. Es una práctica de discernimiento espiritual, que me hace conciente de qué y quién está dirigiendo mi vida, qué busco con lo que hago, hacia dónde me llevan mis pensamientos, cómo y porqué me afecta lo que vivo y siento … y en todo eso, si Dios va ganando espacio en mí.


¿CÓMO SE HACE?

1. “Dar gracias a Dios nuestro Señor por los beneficios recibidos”: es el punto de partida obligado; uno se reconoce agraciado antes que juzgado, querido antes que exigido. Yo mismo soy puro don de Dios y porque me siento puro don, lleno de sorpresa y agradecimiento, puedo amar y servir en todo. Nada hay que hacer para ganarse a Dios, a lo sumo todo habría que hacer para no perdérselo.

2. Pedir gracia para conocer los pecados y sacárselos: esta parte no es lo que comúnmente llamamos “examen de conciencia”. Este momento no es para hacer una lista de los pecados, sino más bien, “pedir la gracia” de reconocerlos y de tener la suficiente fortaleza para “lanzarlos fuera de la propia vida”.

3. Repasar lo vivido en el día: es lograr ver toda la jornada vivida viéndome como Dios me ve; descubrir la acción de su amor en mi vida, cosa que agradezco, y su ausencia y los porqué de sus ausencias, cosa que lamento. Escuchar a Dios y dejar que me diga dónde me salió al encuentro o dónde me estaba esperando y yo pasé de largo.

4. Pedir perdón por las faltas: al mirar mi propia vida como Dios la mira, es mucho más fácil descubrir las situaciones en las que falté a su amor y sentir la necesidad de reconciliarme con El. Sólo mirando como El mira, puedo descubrir la verdad y no lo que, muchas veces, yo mismo creo que es la realidad. Este momento es para ejercitar la “humildad”; no se trata de tirarse abajo o sentir culpas; se trata de reconocerme pecador, siempre necesitado del perdón y la gracia del Señor. “Donde Dios no está, está por venir; donde reina el pecado, sobreabundará la gracia”.

5. Proponer enmienda: es el momento de decirle a Dios que nuestro deseo es dejarnos conducir por El. No es por tanto un esfuerzo desde mis posibilidades, sino lo que Dios quiere hacer en mi por su gracia.

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