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martes, 6 de mayo de 2008

Santo Domingo Savio, un vida hermosa para conocer (I parte)

Nacimiento y Bautizo


En Riva de Chieri, en la humilde casita de los esposos Carlos y Brígida, durante toda la noche, la luz había permanecido encendida. Los amigos y familiares entraban y salían.

-¡"Ya verás, todo saldrá bien"!, le decía Carlos mientras con cariño le apretaba la mano.

"Sí, Carlos, así lo espero. Le he rezado mucho a la Virgen. Debe oírme. Se lo consagraré a Ella".

Las horas pasaban lentamente. Amaneció el día 2 de abril. Era sábado. Carlos entra y sale del cuarto. Está nervioso. A las nueve de la mañana de aquel 2 de abril de 1842 Brígida daba a luz un niño.


El grito del recién nacido ahogó las lágrimas de alegría de una madre feliz. Había nacido Domingo Savio. Ese mismo día hacia el atardecer, Carlos y Brígida bautizaron al niño. Como a su abuelo, lo llamaron Domingo.


Infancia


De Riva de Chieri se trasladaron a Murialdo. Domingo tenía sólo unos veinte meses.

En 1844 le nace un hermanito. ¡Apenas tuvieron tiempo para bautizarlo! ¡Pobre Brígida! Cada nacimiento de un hijo significaba para ella horas de angustia, de dolor y amargo desengaño.

Carlitos muere al día siguiente de nacer.


En Murialdo van a nacer otros hermanitos de Domingo. La familia aumenta. Brígida tendrá que multiplicarse para atender a todos. Pero ella, como la mujer fuerte de la Biblia, se entrega a su esposo y a sus hijos sin que se agoten sus reservas de amor.


Carlos podrá olvidarlo todo. Pero no olvidará esos años de Murialdo cuando Dominguito se hacía todo amabilidad para darle a él esas horas de alegría. Más tarde, al recordar aquellos años, sus amigos le oirán repetir: "¡Cuánto consuelo y satisfacción me proporcionaba mi Domingo!".

Domingo tiene cinco años. Mientras sus dos hermanitos quedan dormidos en la casa, la madre lo lleva a la Iglesia. Muchas veces la puerta del templo está cerrada. Entonces se arrodilla. Su mente y su corazón vuelan al Sagrario. Aprende a ayudar a Misa. Llegará a ser un monaguillo ideal.


Primera Comunión


Febrero de 1853: con sus padres y hermanitos, Domingo se traslada a Mondonio. Tiene siete años y una preparación y madurez poco común.


Un día Domingo llega corriendo a su casa. Le trae una gran noticia a su madre.


-"¡Madre, el Capellán me ha dicho que puedo hacer la Primera Comunión!".

La víspera del gran día, Domingo se acerca a su madre. Le estrecha las manos entre las suyas y con timidez le dice:

-"Madre, mañana voy a hacer la Primera Comunión. Quiero pedirte perdón por todo lo que te he hecho sufrir. De ahora en adelante seré mucho mejor".

Una gruesa lágrima rodó por las mejillas de Domingo. Los ojos de Brígida también se humedecieron:

-"Tú sabes, hijo mío, -le dijo mientras le besaba en la frente- que todo ha sido perdonado.

8 de abril de 1849: el mundo católico celebra la fiesta de la Resurrección del Señor. Es el día en el que Domingo culmina sus aspiraciones: hace su Primera Comunión.


Muy temprano, vestido de fiesta, Domingo se dirige a la Iglesia parroquial de Castelnuovo.


Escribe Don Bosco en la vida del santo: "Domingo fue el primero en entrar al templo y el último en salir. Aquel día fue siempre memorable para él". Parecía un ángel. Era un ángel.


Arrodillado al pie del altar, con las manos juntas y con la mente y el corazón transportados al cielo, pronunció los propósitos que venía preparando desde hace tiempo.


"Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849, a los siete años de edad, el día de mi

Primera Comunión":


1. "Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada Comunión siempre que el confesor me lo permita".

2. "Quiero santificar los días de fiesta".

3. "Mis amigos serán Jesús y María".

4. "Antes morir que pecar".

"Estos recuerdos, -continúa diciendo Don Bosco-, fueron la norma de todos sus actos hasta el fin de su vida".


Alumno ejemplar


Domingo vive en Murialdo, aldea de unos cuatrocientos habitantes. Se ha hecho gran amigo del Capellán y le ayuda la misa con toda perfección. En la escuela es el mejor alumno. Pero debe trasladarse a Castelnuovo para continuar la primaria. Sus padres tienen miedo y con razón, de dejarlo hacer sólo unos cinco kilómetros que separan a Castelnuovo de Murialdo.


-"Madre, -decía Domingo- si yo fuera un pajarito volaría mañana y tarde a Castelnuovo para continuar mis estudios".


Todos son amigos de Domingo. Brígida lo besa emocionada cada vez que Domingo regresa a la casa con la medalla de honor como premio por su buena conducta y aplicación.


Domingo rechaza los elogios:

-"Madre, yo sólo hago lo que tengo que hacer. El maestro es muy bueno y siempre perdona tantas faltas que uno comete durante la semana".

P

ero Domingo debe suspender las clases. La madre lo nota demasiado pálido, delgado, cansado. Tiene poca salud.


-"Domingo -le dice- debes descansar. En estos meses te has esforzado mucho".

Su padre tiene que irse de Murialdo para buscar trabajo.

Se trasladan a Mondonio. Pero Domingo conservará recuerdos imperecederos de esos diez años vividos en Murialdo. Se levantaba temprano todos los días, rezaba sus oraciones, tomaba un ligero desayuno y feliz salía hacia Castelnuovo. Dos veces al día hacía este camino, recorriendo unos veinte kilómetros entre ida y vuelta.


Una respuesta edificante


- "Mira, mamá, hoy me encontré en el camino con un señor. Me llamó. Yo le respondí que no podía detenerme porque llegaría tarde. Al fin, él insistió y me pareció una falta de educación seguir adelante sin escucharle".

-"¿Vas a Castelnuovo?" -me preguntó-.

-"Sí -le respondí-, todos los días hago este camino. Me preguntó enseguida si no me daba miedo caminar sólo por esos caminos. Yo me acordé en ese momento lo que tú me enseñaste, madre, que el Angel de la Guarda nos acompaña siempre. Y le respondí: ¡Pero si no voy solo, señor, mi Angel me acompaña!".

Yo estaba apurado y quería seguir, pero él entonces me dijo: -"Mira, no me negarás que es duro y pesado hacer este camino con el sol abrasador del mediodía.

-"Sí, es cierto, me cuesta, pero mi amo me paga por este sacrificio".

-¿Tu amo? ¿quién es ese señor?

-Pero, ¿quién va a ser? El buen Dios que no deja sin recompensa ni un vaso de agua que se dé en su nombre.


Un encuentro peligroso


Un día caluroso de verano, Domingo se dirige a la escuela de Castelnuovo. Como siempre, va solo o, como decía él, en compañía de su Angel custodio.


Ese día va a tener una sorpresa... y desagradable, por cierto. Domingo tropieza con algunos amigos que han decidido dejar las clases y tomarse unas horas por su cuenta para darse un baño en el riachuelo que atraviesa el valle de Murialdo.


Conocían muy bien los mejores pozos para zambullirse a su antojo. No era la primera vez que lo hacían.


Pero ahora tenían un plan distinto: convencer a Domingo para que se fuera con ellos al río. Sabían muy bien que no era fácil; conocían a Domingo, que no hacía nada sin permiso de la madre. Uno de los muchachos José Zucca, saluda a Domingo amigablemente.

-¡Hola, Domingo! ¡No me vas a negar un favor! Tú eres para nosotros el mejor amigo. Acompáñanos al río. No te arrepentirás. Hoy faltarán muchos a clase y el maestro ya se lo imagina. Este calor es insoportable. A ti te hará bien. Te hace falta. Estás pálido...

Domingo se detiene, no sabe qué decir. Antonio, uno de los más avispados del grupo, se le acerca amigablemente y lo lleva hacia el río.

-Pero, yo no sé nadar... no estoy acostumbrado.

-No te preocupes, ya aprenderás. Así empezamos todos. Tú no puedes ser distinto de los demás... En la vida hay que saber de todo.


Se introduce Zucca en la conversación para decirle a Domingo la frase decisiva que lo convencerá.


Además, Domingo, sabes que estando tú presente nosotros nos portamos mejor. Es una obra buena la que haces, lo sabes muy bien.


Ya han caminado bastante y se acercan al lugar de su predilección. Rápidamente se desvisten y se echan en el pozo. Domingo está ahí. No se mueve. Mira. El espectáculo es nuevo para él, y se turba en su ingenuidad, sus ojos inocentes se pasan sobre esos doce cuerpos completamente desnudos que se empujan y juegan a su capricho.


José Zucca le grita desde el pozo:


-Eh, Domingo, ¡ven! ¡esto sabe a cielo!

Domingo le responde:

No sé nadar, tengo miedo. Me puedo ahogar. Yo espero aquí. José Zucca quiso volver a hablar, pero otro de la pandilla lo echó al agua de un empujón.

Domingo se aleja un poco a un lado, se quita los zapatos, y sentándose sobre una piedra mete los pies en la corriente de agua.

Por un momento siente el deseo de lanzarse al agua. Tiene mucho calor. Total, bañarse no es pecado. Uno de los muchachos se acerca, se sienta a su lado, mientras le dice:

-Mira, Domingo, te hace bien tomar un poco de sol. Tu piel está blanca como una sábana.

Pega su hombro al de Domingo y le hace ver la diferencia. Otro que se había acercado por detrás empuja a Domingo y lo lanza al agua. Asustado, Domingo se levanta rápido y le nace por dentro una furia que instantáneamente muere en aquel corazón donde está ya madurando una virtud excepcional.


Domingo se sobrepone. Y ante la admiración de sus compañeros, termina dándose un sabroso baño. Pensó: se puede uno bañar en el río y pasar sanamente unas horas agradables pero dejar las clases, sin permiso, ¿se puede hacer sin ofender a Dios? No quedó satisfecho y al regresar a casa fue derechito hasta donde estaba su madre.


- Madre, hoy no me he portado bien. Tienes que llevarme a la Iglesia, quiero confesarme. No fui a clase, ¿sabes? unos compañeros me convencieron y los seguí. No quise bañarme... pero ellos me tiraron al agua y tuve miedo de hacer el ridículo, y me bañé con ellos. Pero no es esto lo que más me duele, sino haber desobedecido, el haberme expuesto al peligro que suponen tales compañeros y lugares semejantes.


Al día siguiente fue como siempre a la escuela y saludó a su maestro con la misma filial reverencia de todos los días.


El maestro, con mucha habilidad, supo disimular todo lo acaecido y no quiso herirlo reviviendo escenas del día anterior.


Aquellos compañeros intentaron de nuevo llevar a Domingo al río. Ignoraban ellos que él había analizado su comportamiento y había tomado un firme propósito. Esta vez, sereno y decidido, se les enfrentó:

-¿Queréis que os diga lo que pienso? Pues se los diré bien claro: he sido engañado una vez, pero fue la primera y va a ser la última. No quiero desobedecer a mi madre ni exponerme al peligro de ahogarme o de ofender a Dios. Y os diré que hicisteis mal en dejar las clases e ir a esos lugares. A Dios no le agradan los hijos desobedientes.



Un castigo injusto


Mondonio es el pueblo donde fijan su nueva residencia los padres de Domingo. Su nuevo maestro y amigo será el sacerdote José Cugliero.


Como en Murialdo, Domingo se entregará incondicionalmente a sus estudios. Nuevamente aquí se convierte en un alumno sobresaliente y en amigo de todos.


En veinte años de trabajo en la enseñanza -dirá su maestro Cugliero- jamás he tenido un alumno que se pueda comparar a Domingo.


De esta época de su vida es el episodio que narramos a continuación, tomado directamente de su maestro Cugliero. Aquel día las clases comenzaron como siempre. El maestro nota algo raro en el ambiente. Abre y cierra la puerta. Da unos pasos. Levanta la cabeza con ojos escudriñadores.


Hace un frío insoportable. Finalmente estalla un rumor de voces y de risas. -¡Silencio!, grita el maestro, dando un golpe sobre la mesa ¿qué pasa?


Ve la estufa llena de piedras, de tierra.


-¡Esto es insoportable!

Enardecido amenaza con no dar más clase hasta que se descubra al culpable.

Carlos, un alumno inteligente y vivo, pero con fama de travieso, se pone de pie:

-Maestro, cuando nosotros entramos al salón, el único que estaba adentro era Domingo.

El maestro y los demás alumnos miran hacia el puesto de Domingo. Este baja los ojos y cambia de color. Comprende que el momento es penoso y difícil. Se pone a prueba su virtud.


Por un momento reina el silencio en el aula. Nadie puede creer que haya sido Domingo.


Los culpables del hecho lo habían planeado todo bien. Ellos hablan y acusan. Domingo calla.


El maestro se dirige finalmente a Domingo y lo reprende fuertemente.

-¡Debías ser tú con esa carita de hipócrita! ¿te das cuenta del mal rato que me has hecho pasar? ¿no te enseñan en tu casa educación? Voy a llamar a tu madre para que conozca al angelito que tiene en su casa. Mereces la expulsión. Por ser la primera vez voy a tener consideración contigo. Ve y ponte ahí de rodillas.


Domingo, sin decir palabra y con los ojos bajos, camina hacia el centro de la clase y se arrodilla sintiendo en sí todo el peso de aquella humillación.

Todo se supo al día siguiente, cuando aparecieron los verdaderos culpables. La reputación de santo que tenía Domingo aumentó considerablemente desde aquel día.


"Vemos aquí el ejercicio heroico de tres virtudes: La humillación libremente aceptada y practicada delante de los compañeros y del maestro. La caridad para con los culpables, cuya culpa acepta, y un inmenso amor a Dios, en cuyo nombre sufre pacientemente la calumnia, que recuerda al Divino Salvador injustamente acusado por los hombres". (Consideración escrita por el Cardenal Salotti en la vida de Domingo Savio ).


Primer encuentro con Don Bosco


Un día llega a oídos del maestro Cugliero que Domingo Savio quiere ir a Turín, la capital, para estudiar en el oratorio de Don Bosco.

El maestro Cugliero recibe la noticia con alegría y va a hablar con Don Bosco. Conciertan un encuentro con Domingo para las fiestas del Rosario.


El lunes 2 de octubre de 1854, muy temprano, Juan Bosco y Domingo Savio se encuentran en el maravilloso escenario de aquellas tierras de "I Becchi", donde Juan Bosco había nacido y vivido los primeros años de su vida.


Domingo saluda respetuoso. Juan Bosco aprieta aquella mano temblorosa y mira aquellos ojos de penetrante y candorosa mirada. A Domingo lo acompaña su padre. Domingo se presenta: Soy Domingo Savio, de quien le habló mi maestro Cugliero. Venimos desde Mondonio.


Juan Bosco, con ese don maravilloso de conocer a las almas, toma con seriedad el asunto. Se lleva a Domingo y tratando en confianza con él, hablan de los estudios, de las clases...


Don Bosco comprende al instante que tiene delante a un joven privilegiado y enriquecido por la gracia. Domingo, impaciente, pregunta:

-¿Qué le parece? ¿Me va a llevar a Turín?

-Ya veremos -le responde Don Bosco-. Me parece que la tela es buena.

-¿Y para qué podrá servir esa tela? -pregunta Domingo-.

-Bueno, -continúa Don Bosco- esa tela puede servir para hacer un hermoso traje y regalárselo al Señor.

Domingo, con la agilidad mental que le caracteriza, añade instantáneamente:

-De acuerdo, yo soy esa tela y usted es el sastre. Lléveme a Turín y haga usted ese traje para el Señor.

Don Bosco lo mira fijamente y le dice:

-¿Sabes en qué estoy pensando? Estoy pensando que tu debilidad no te va a permitir continuar los estudios.

Pero Domingo no se acobarda y añade enseguida:

-No tenga miedo. El Señor que me ha ayudado hasta ahora me continuará ayudando en adelante.

Don Bosco insiste:

-Cuando hayas terminado tus estudios de latín ¿qué piensas hacer?

Domingo responde seguro:

-Con el favor de Dios pienso ser sacerdote.

-Me alegro. Ahora probemos tu capacidad. Toma ( le entrega un libro ), estudia hoy esta página y mañana me la traes aprendida.


Mientras Don Bosco y el padre de Domingo se quedan hablando, Domingo se ha ido donde están jugando los demás muchachos. Al poco rato regresa, le entrega el libro a Don Bosco y le dice: Ya me sé la página. Si quiere se la digo ahora mismo.


La sorpresa que se llevó Don Bosco fue grande. Domingo no sólo le repitió de memoria ( al pie de la letra ) la página señalada, sino que le explicó el sentido con toda exactitud.

-Tú te has anticipado en estudiar la lección -le respondió Don Bosco y yo también me anticipo en darte la respuesta. Aquí la tienes. Te llevaré a Turín y desde hoy te cuento entre mis hijos. Pero te voy a recomendar una cosa: pide al Señor que nos ayude a cumplir su santa voluntad.-

Domingo salta de alegría y agarrándole la mano a Don Bosco se la besó con manifiesta prueba de profunda gratitud.

-Espero comportarme de tal manera -dijo Domingo- que jamás tenga usted que lamentarse de mi conducta.

Aquel día Carlos y su hijo Domingo regresaban a Mondonio cantando de alegría y daban a Brígida la noticia que ella esperaba con tanta ansiedad. Besó a Domingo con los ojos llenos de

lágrimas y exclamó:

-¡Bendito sea Dios!

Domingo 29 de octubre de 1854. Fecha histórica. Domingo entra a formar parte de la familia de

Don Bosco en Turín.


Primer mes en el oratorio


¿Cómo era el oratorio de Don Bosco?


La casa Pinardi era baja y vieja, con un sencillo balcón. En cierta oportunidad unos bribones, de un salto, se llevaron la sotana de Don Bosco que mamá Margarita acababa de tender al sol.


El cuarto donde Don Bosco recibió a Domingo era pequeño y estrecho. Los dormitorios angostos, bajos, con pisos de piedra y sin ninguna comodidad.


Una cama rústica, una cocina pobre, algunos platos y cucharas. El comedor de Don Bosco era al mismo tiempo salón de recreo. Pero en medio de esa gran pobreza, reinaba la alegría y la fraternidad. Domingo Savio se acostumbró pronto a aquella casa y los días se le pasaban rápidos, casi sin darse cuenta. Entrando a la derecha, se levantaba la hermosa Iglesia de San Francisco de Sales. A un lado estaba la estatua de la Virgen. De esa época dirá más tarde Juan Cagliero:


-Recuerdo la mañana fría de invierno cuando Rúa y yo nos levantábamos a las 4 de la mañana. Muchas veces no nos podíamos lavar la cara porque el agua era un pedazo de hielo. Este ambiente de sencillez, pobreza y alegría franciscana, terminaría por adueñarse del corazón de Domingo y lo transformaría en la flor preferida del jardín salesiano. Muchas veces mamá


Margarita le repetía a Don Bosco:


-Mira, Juan, tú tendrás muchos niños buenos en el oratorio, pero ninguno como Domingo.

Don Bosco siempre se encontraba rodeado de muchachos y de clérigos. Era el padre de todos, el imán que atraía hacia sí todas las miradas.


Domingo Savio había depositado en Don Bosco toda su confianza. A él se dirigía en todos los momentos difíciles. Don Bosco era, no sólo su confesor ordinario, sino además su Director Espiritual.


En el despacho de Don Bosco una cosa ha llamado la atención de Domingo. Es un cartel con un

letrero en latín: "DA MIHI ANIMAS CAETERA TOLLE". Don Bosco le ayuda a traducir: "Dame almas y quedate con lo demás". Domingo exclama satisfecho:


-Ya entiendo, aquí sólo hay un problema, el de las almas... es un negocio, no de dinero sino de almas.


El 22 de noviembre fiesta de Santa Cecilia, recibirá el hábito sacerdotal Juan Cagliero. Domingo Savio estará ahí cerca, mirándole detenidamente durante la ceremonia. ¡Ese nuevo padrecito le parecía tan simpático! Domingo repetía emocionado:


-¡Si Dios quiere también un día seré yo sacerdote!


Ejemplos edificantes


Rápidamente van pasando los meses. El invierno de Turín, como siempre, ha sido fuerte. Domingo sufre en silencio el dolor y la picazón de los sabañones, esas úlceras, o hinchazones de la piel, que se padece en los dedos de las manos y los pies en épocas de frío excesivo. Se ha ido convirtiendo poco a poco en el alma de los recreos y en el amigo de todos. Juega, dirige los juegos, organiza entretenimientos.


Don Bosco le ha permitido a él y a otros alumnos continuar estudios más avanzados fuera del oratorio, en la misma ciudad de Turín. Es una oportunidad que tienen de aprender y de ir formando la propia personalidad.


Domingo sigue al pie de la letra las indicaciones de Don Bosco. Al compañero que le invita para que vea las carteleras de los salones de espectáculos públicos, le responde que él conserva sus ojos para ver algo mucho mejor que eso... para ver las maravillas de Dios. Para contemplar el rostro de nuestra Madre del Cielo.


A uno que acaba de blasfemar se le acerca bondadosamente y lo lleva a la Capilla.


-Arrodíllate aquí, a mi lado le dice. Mira hacia allá. Ahí donde ves una lamparita, ahí está Cristo! Tú le has ofendido con esa blasfemia que has pronunciado. Ahora vas a repetir conmigo lo siguiente: "Sea alabado y reverenciado en todo momento el santísimo y divinísimo Sacramento".

Aquel muchacho que momentos antes parecía un perro rabioso, se ve ahora transformado en un manso corderito en manos de Domingo, que es todo caridad y paciencia.


En otra ocasión ve allá, apoyado en una columna, a un joven. Se le acerca.

-¿Cómo te llamas? -le pregunta-.

-Francisco Cerruti, -le responde triste el joven- y termina sellando una amistad que debía durar para siempre.


Cerruti se hará salesiano y recordará siempre con emoción aquel encuentro con Domingo.


Juanito Rada, todo lo que sabe de religión, se lo debe a Domingo. Cuando entró en el oratorio era un ignorante en materia religiosa, apenas si sabía hacer la señal de la cruz. Don Bosco lo confió a Domingo y éste en poco tiempo, no sólo le enseñó las oraciones, sino que lo preparó a recibir los sacramentos e hizo de él un joven diligente y piadoso.


Un día, por cierto, mientras narraba durante el recreo uno de los tantos ejemplos edificantes, se le acercó un muchacho y le gritó:


-¡Cállate, santurrón, vete a predicar a la Iglesia! Deja a los otros en paz, ¿qué te importa a ti?

-Me importa mucho -le respondió Domingo sin acobardarse-. Me importa porque todos somos hermanos. Me importa porque Dios nos manda que nos ayudemos mutuamente. Me importa porque Cristo murió por todos y también por ti. Me importa porque si yo logro salvar un alma, salvo también la mía.


Fueron muchos los jóvenes que Domingo ganó para Cristo y para la sociedad, con esa caridad y paciencia que no dudamos en llamar heroicas.


Cierta vez entró en el oratorio, un hombre, se mezcló entre los jóvenes y empezó a contar las más raras y curiosas historietas para hacer reír. La curiosidad hizo que en poco tiempo se viera rodeado de un numeroso grupo de muchachos. El sinvergüenza empezó luego a narrar barbaridades y a burlarse de las cosas religiosas y de las personas eclesiásticas.


Cuando ya se creía dueño del patio, aparece Domingo, se percata de lo que ocurre, interrumpe valientemente el diálogo y se lleva a todos los muchachos consigo, dejando al infeliz solo y

humillado. Al pobre hombre no le quedó más remedio que abandonar el oratorio.


Un ejemplo heroico de caridad


Don Bosco narra en la vida de Domingo Savio, un episodio que es realmente impresionante. Este hecho bastaría por sí solo para inmortalizar la memoria de Domingo. El hecho es el siguiente. Un día, un compañero de clase de, se le acercó y llamándole aparte le dijo:


-Mira Domingo, te voy a decir algo grave que he visto. Dos muchachos acaban de tener una

pelea muy fuerte. Parecían dos perros rabiosos, aquello daba miedo. Te lo digo, Domingo, para ver si tú puedes hacer algo. A ti posiblemente te harán caso.


Al verse descubiertos, los dos muchachos deciden continuar la pelea más tarde y en un lugar solitario. Sería un duelo a pedradas.


Domingo reza y se encomienda al Señor, como solía hacer en circunstancias difíciles.


Cree que lo mejor es escribir una cartita a cada uno por separado, tratando de ablandar esos endurecidos corazones. Sin decir palabra los dos jóvenes hacen pedazos la carta antes de leerla.

Domingo insiste,... les habla,... les amenaza con decírselo a los padres y maestros. Todo inútil, aquellos dos jóvenes ciegos de odio no oyen a nadie... y están dispuestos a eliminarse en un duelo mortal...

-Mira, Domingo, -le dice uno de ellos- no te metas en lo que no te importa. Esto es asunto nuestro.


Pero Domingo no es de los que se asustan fácilmente. Pasado un tiempo vuelve al ataque. Los espera a la salida de la clase y habla con cada uno de ellos en particular. Luego a los dos juntos.


-Me duele mucho que insistáis en vuestra idea les dijo- yo os prometo, bajo palabra de honor que no os voy a impedir el desafío. Sólo pido que me aceptéis una condición.

-¿Cuál es esa condición?, -preguntan los dos al mismo tiempo.

-Os la diré en el lugar de la pelea.

-Tú nos quieres engañar, Domingo. A lo mejor tienes preparada alguna trampa.

-No -responde Domingo-. Vosotros me conocéis, no miento. Yo estaré con vosotros y presenciaré la pelea. Guardaré el secreto. No llevaré a nadie conmigo.

-¡Aceptado!


Toman el camino hacia los prados de la ciudad, junto a la "Puerta de Susa". Llegan a un campo. Miden la distancia, colocan el montón de piedras cada uno en su sitio y se disponen al duelo mortal. Domingo va hacia ellos.


-Primero escuchad ni condición -les dice-. Ellos permanecen en actitud amenazadora. Domingo saca un crucifijo, lo levanta en alto y les dice:

-Mirad a este crucifijo, arrojad la primera piedra contra mí y decid en voz alta estas palabras: Jesucristo murió perdonando a los que le crucificaban, y yo, pecador, quiero ofenderle y vengarme bárbaramente.

Dich

o esto, corre a arrodillarse ante el que parecía más furioso y le dice:

-¡Lanza primero la piedra contra mi cabeza!.

-El muchacho que no se esperaba tal cosa, queda sorprendido y, al ver a Domingo arrodillado en tierra como una víctima que esperaba el golpe fatal, se conmueve.

-No, Domingo -grita-, no me pidas eso. No tengo nada contra ti. Tú eres mi amigo.


Domingo se levanta y corre hacia el otro y le pide lo mismo. También este se conmueve y baja la mano.


Domingo se alza de nuevo y abraza a uno y a otro. Reina un silencio impresionante. Dos gruesas piedras ruedan por el suelo. Domingo eleva desde su corazón una oración agradecida. Este episodio hubiera quedado ignorado por completo si los mismos muchachos del pleito no hubieran hablado. Domingo guardará el más absoluto silencio.


La santidad que Don Bosco quería de sus jóvenes


Domingo tiene doce años. Lleva unos seis meses en el oratorio. En su alma hay un cambio y se le advierte triste y pensativo. Todos sus compañeros notan que en Domingo pasa algo.

Don Bosco lo encuentra y le dice:


-¿Qué tal Domingo? ¿Cómo estás? Te noto un poco triste... ¿sufres algún mal?

-Al contrario, -responde Domingo- creo que sufro un bien. Ese sermón suyo me ha dejado preocupado.


Efectivamente, Don Bosco había desarrollado tres pensamientos en el sermón de un domingo de Cuaresma: Dios quiere que todos nos hagamos santos. Es cosa relativamente fácil llegar a serlo. Hay un gran premio en el cielo para el que se haga santo.


Domingo, como se ve, sale de esa plática sumamente impresionado. ¿Cómo llegar a ser santo si a él le prohiben hacer penitencia como la que habían hecho los grandes santos? Nada de cilicio, ni de piedrecitas en los zapatos, ni debajo de las sábanas. ¿Y entonces, qué?


Su alma se turbó y se sintió perdido. El nunca llegaría a ser santo. Un joven flaco, débil, pálido, sin salud, no iba a tener fuerzas para hacer frente a una empresa tan grande como la santidad.

No podía alejar de sus oídos la voz de Don Bosco, que repetía insistentemente: "Domingo, debes hacerte santo. Tienes que ser santo. Dios lo quiere". Y otra voz que le repetía igualmente: "Tú no podrás. No podrás".


Por eso buscaba los rincones del oratorio, para dar rienda suelta a sus lágrimas.


Fue entonces cuando lo encontró Don Bosco y llevándolo aparte le habló durante un largo rato.

De aquel diálogo con Don Bosco, salió Domingo alegre y feliz. La paz había vuelto a su alma. Fue a rezar a la Iglesia de San Francisco de Sales y a postrarse ante la estatua de la Santísima Virgen.


- Sí, madre mía, te lo repito: quiero hacerme santo. Tengo necesidad absoluta de hacerme santo. No me hubiera imaginado que con estar siempre alegre y contento, podría hacerme santo.


Don Bosco le hizo ver a Domingo, en qué hacía él consistir la santidad, cuál era la santidad que él quería que cultivaran sus jóvenes.


Nada de obras extraordinarias, sino exactitud y fidelidad en el cumplimiento de los propios deberes de piedad y estudio. Y estar siempre alegres. Si es hora de recreo, santidad es correr, saltar, reír y cantar.


"Nosotros aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre muy alegres", repetiría Domingo, como había aprendido de su maestro.


Domingo escribía en su cuaderno una frase que Don Bosco le había dado como recuerdo: "Servite Domino in laetitia" (Servid al Señor con alegría ).


"No necesitas ningún cilicio, le había dicho Don Bosco. Con soportar pacientemente y por amor a Dios, el calor, el frío, las enfermedades, las molestias, y a los compañeros y superiores, ya tienes bastante".


Desde ese día el rostro de Domingo se iluminó con una nueva sonrisa. La alegría se posesionó para siempre de su corazón juvenil y todo el resto de su vida será una preparación para el aleluya pascual.


(fuente: http://www.santodomingosavio.com.ar/)

1 comentario:

Unknown dijo...

Alabado sea Dios que se encuentra en todo lugar, pidamos siempre la santidad de la juventud, y que ellos en su busqueda afanosa de cosas nuevas, sobre todo por este medios, la internet, sepan ver a Dios, y lleguen a paginas como estas.
Santo Domingo Savio, que tu vida dirija a los jovenes y alla en el cielo sigas aconcejandolos, se testimonio,para las nuevas generaciones tan necesitadas de tu intercepcion... Amén

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