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miércoles, 7 de mayo de 2008

Formación Integral: sus dimensiones y procesos (I parte)

La Pastoral Juvenil quiere desarrollar con los/as jóvenes un Proceso de Formación Integral: Ayudarlos a SER plenamente aquello a lo que son llamados. En su visión, ellos son llamados a ser PERSONA, “imagen de Dios”, según el modelo que es Jesucristo: libre, fraterno, creativo, sujeto de la historia...

Creada por don gratuito de Dios, la persona humana tanto más se realizará, cuanto más se ENTREGUE a Dios y a los otros; del mismo modo como Dios hizo al mundo y se entregó a él. Para entregarse es necesario DESCUBRIRSE Y POSEERSE. Para descubrirse, es preciso RELACIONARSE, comunicarse, convivir. Supone, también, el descubrimiento del otro. Donarse y AMAR; y amar, con hechos, implica HACER, CONSTRUIR. El hacer eficaz supone el saber “cómo” y el SITUARSE, o sea, conocer y asumir la comunidad y la historia concreta en que se está inserto, no huyendo del compromiso con ella. Es preciso por otro lado, TRANSCENDERSE a sí mismo y a la historia, para encontrar su origen y su fin.

A todo esto el hombre y la mujer se sienten inclinados y llamados:

♦ Ser / Poseerse / Donarse en el amor
♦ Convivir / Comunicarse
♦ Situarse / Comprometerse históricamente
♦ Hacer / Construir.
♦ Transcenderse

Los jóvenes son “individuos y personas”, “seres sociales”, “políticos”, “abiertos a lo Absoluto”, “creativos y creadores”. Buscan responder existencialmente a preguntas fundamentales: ¿Quién soy yo? ¿Quién es el otro? ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? ¿De dónde vengo y por qué existo? ¿Cómo hacer?

Estas preguntas y características corresponden a distintas dimensiones de su ser. Dimensiones éstas, apenas, pedagógicamente separables, pues están entrelazadas en la misteriosa unidad del ser-PERSONA. Esas dimensiones son:

♦ Dimensión Psico-afectiva
♦ Dimensión Social (y cultural)
♦ Dimensión Política
♦ Dimensión Mística (o teologal)
♦ Dimensión Técnica (o metodológica).

La persona humana nunca está lista y acabada. Menos aún el cristiano, que se sabe llamado a ser “perfecto como el Padre Celestial es perfecto” (Mt 5,48). Hay una tarea permanente de realizarse hasta que alcancemos “el estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13). Es una tarea de formación de la propia persona como proceso permanente. Esa formación debe responder a cada una de las dimensiones que conforman al ser humano, para que llegue a desarrollarse integralmente como tal.

Para que la formación que la Pastoral Juvenil quiere ofrecer a los jóvenes sea verdaderamente integral, debe procurar abarcar a todo el joven, ayudándolo a integrar su persona en una unidad que le permita ir construyendo y realizando su proyecto de vida.

La Pastoral Juvenil quiere favorecer procesos de desarrollo INTEGRAL de la persona del joven. Eso implica, pedagógicamente, trabajar cada una de las dimensiones de la persona. Esta tarea no es fácil y no siempre ha sido realizada felizmente, especialmente por ciertos tipos de grupos y “movimientos” que reducían su acción a una o dos de las dimensiones. Una visión estrecha del ser humano y de la acción pastoral condujo frecuentemente al psicologismo y al espiritualismo. Una reacción comprensible llevó a ciertos grupos a fijarse en la dimensión política, social o técnica, dejando en segundo plano cuestiones como la afectividad y la espiritualidad. Nos sorprendemos, por tal razón, a veces, al encontrarnos con “militantes empeñados en la lucha política por la causa del Reino”, pero afectivamente inmaduros e incapaces de enfrentar los conflictos. También encontramos “líderes”, jóvenes o adultos, “piadosos y bonachones”, pero sin ningún sentido crítico y sin ningún compromiso con la transformación de la realidad. Otras veces, observamos jóvenes equilibrados, imbuidos de una fe admirable y de un deseo entusiasta de servir, pero sin capacitación técnica, faltándole una metodología adecuada.

Felizmente, la Pastoral Juvenil, en su proceso de madurez, favorecido por los encuentros de evaluación y por la sistematización de experiencias de los últimos años, viene superando progresivamente esas dificultades. Percibimos que, hoy, hay más claridad en cuanto al “deber ser”. El esfuerzo, en este momento, es el de desarrollar y acompañar esos procesos en las diversas etapas que van viviendo los grupos.

Pasamos a indicar, resumidamente, los procesos formativos vividos para la atención de cada dimensión.

1. PERSONALIZACIÓN

Corresponde a la dimensión psico-afectiva. Es una constante búsqueda de respuestas – no especulativas, sino existenciales – a la pregunta: “¿Quién soy yo?”. Es el esfuerzo de volverse PERSONA: descubrirse, poseerse, entregarse. No son pasos cronológicos, sino cíclicos: en la medida en que me conozco, tengo en las manos lo que puedo entregar a los demás como don de mí mismo. La máxima evangélica “amar al prójimo como a sí mismo” parece suponer esto.
El proceso de personalización, por lo tanto incluye:

♦ AUTOCONOCIMIENTO: Descubrimiento de los propios intereses, aspiraciones, historia, derechos, valores, sentimientos y también limitaciones y defectos.

♦ AUTOCRÍTICA: Revisión personal y búsqueda permanente de superación por el cambio de actitudes y desarrollo de valores que den más fuerza a un estilo de vida nueva, que sea testimonio del ideal propuesto – coherencia de vida.
♦ AUTOVALORACIÓN: Descubrimiento de la dignidad personal, autoestima y actuación como sujeto libre.
♦ AUTORREALIZACIÓN: Sentirse amado y capaz de amar en una línea que no sea de pose; ternura y jovialidad; saberse constructor del propio futuro – opción vocacional y profesional.
La relación familiar, la sexualidad, la búsqueda de amistad y el discernimiento vocacional son cuestiones fundamentales en la vida de los jóvenes, directamente relacionados con el proceso de personalización. La formación no puede dejar de darles importancia.


2. INTEGRACIÓN

Corresponde a la dimensión psico-social. Es la capacidad de descubrir al otro que, en nuestro contexto de grupo cristiano, es el hermano que queremos conocer, con quien deseamos comunicarnos y establecer una relación profunda.

En el caso de la Pastoral Juvenil, que opta por el grupo como instrumento pedagógico principal, el proceso de integración es, antes de todo, un proceso que lleva a la cohesión grupal. De jóvenes desconocidos entre sí, o con una relación secundaria, llegar a establecer una relación interpersonal profunda. Esa experiencia servirá de base para una integración crítica en una comunidad mayor.

El proceso de integración grupal se inicia por la superación de los bloqueos en la COMUNICACIÓN, que establece un camino de CONOCIMIENTO del otro, generando el AFECTO. Esta comunicación y este conocimiento, en un clima de amistad, posibilitan la sana confrontación de ideas y dones que se complementan generando COOPERACIÓN. Tiene su punto culminante en la COMUNIÓN.

La dinámica de integración busca, así, pasar del simple encuentro o reunión a la conformación del Grupo, el Equipo, la Comunidad. La integración precisa ser experimentada a nivel del grupo, pero se repite también en el nivel más amplio de la convivencia social, como parte de una comunidad y de un PUEBLO.

La dimensión cultural de la vida tiene, aquí, un lugar especial. Conocer, rescatar, confrontar valores y asumir los aspectos positivos de la propia cultura es condición para crear identidad social y favorecer la comunión, el espíritu comunitario y la cooperación creativa.

Autor: P. Florisvaldo Saurim Orlando, CP
Instituto Nacional de Formación de Pastoral de Juventud “Cardenal Eduardo Francisco Pironio”

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