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domingo, 25 de mayo de 2008

"El que come de este pan vivirá para siempre"

Evangelio (Jn 6, 51-58)

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”. Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? ” Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

La lectura de este domingo es la continuación del relato de la multiplicación de los panes y los peces que Jesús hizo para una gran multitud que se había congregado para escuchar su mensaje. Muchos siguieron sin entender el milagro que el Señor había hecho al alimentar a toda esa gente y, muy probablemente, fueron a buscarlo de nuevo para que repitiera el milagro.

Para que todos entendamos lo que Él quiso decirnos con aquel prodigio, dio este hermoso discurso en donde se nos muestra como el verdadero alimento espiritual para la humanidad toda. Su palabra, Su Vida... pero sobre todo, su mismo Ser es lo único que nos dar la felicidad plena.

Los que lo escuchaban no entendieron el lenguaje metafórico del Mesías y creían que todos debían comer de su cuerpo y beber su sangre, como si fuera un acto de canibalismo. La figura del cordero es tomada de varios hechos relatados en los libros que componen el Antiguo Testamento cuando los israelitas ofrecían animales a Dios en sacrificio; para expiar sus pecados, sacrificaban corderos, los cuales debían ser machos, sin mancha y de un año de edad. Ahora es Jesús quien se muestra como el Cordero: Dios no pide que le ofrezcan holocaustos de animales, sino que es Él mismo que se ofrece a todos los seres humanos, sin distinción de razas ni culturas, como "el" alimento. De ahí que en la Misa, el sacerdote antes de comulgar nos dice: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

Nuestra Madre Iglesia nos invita una vez más a creer en Jesús como el que nos redime de nuestros pecados, como el Mesías prometido desde la salida del Paraíso de los primeros seres humanos... Jesús es Dios mismo entre nosotros y que vive entre nosotros y en cada uno de nosotros, es cuestión de saber descubrirlo.

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