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lunes, 1 de julio de 2013

Bienaventurados los que trabajan por la paz

Armonizar los distintos

 Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios, nos vamos a detener en ella junto con el texto que viene siendo guía para nosotros Rainero Cantalamessa “Las bienaventuranzas evangélicas”.

Quiénes son los que trabajan por la paz, se lo pregunta Cantalamessa.: «Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios». Junto con la de los misericordiosos, ésta es la única bienaventuranza que no dice tanto cómo hay que «ser» (pobres, afligidos, mansos, puros de corazón), sino también qué se debe «hacer». El término en griego significa aquellos que trabajan por la paz, que «hacen paz». No tanto, sin embargo, en el sentido de que se reconcilian con los propios enemigos, cuanto en el sentido de que ayudan a los enemigos a reconciliarse. «Se trata de personas que aman mucho la paz, tanto como para no temer comprometer la propia paz personal interviniendo en los conflictos a fin de procurar la paz entre cuantos están divididos».

En este sentido no podemos olvidar la intervención del Papa Juan Pablo II en el conflicto que tuvimos por el Canal de Beagle, y su intervención en el conflicto bélico con Inglaterra. Su presencia física, su testimonio, su intervención diplomática, sus discursos. Hagan una cadena más fuerte que el odio y que la muerte, nos decía. Como no llevar en el corazón este mensaje y este mandato en él que nos invitó a hacernos fuertes en la paz, obreros de la paz no es sinónimo de pacíficos, de personas tranquilas, calmas, que evitan todo enfrentamiento. Al contrario, el que trabaja por la paz enfrenta los conflictos y busca la manera de armonizar los distintos.


La paz fruto de una batalla en el corazón

En tiempos del Nuevo Testamento pacificadores eran llamados los soberanos, sobre todo el emperador romano Augusto situaba en la cumbre de sus propias empresa, la de haber establecido en el mundo la paz, mediante sus victorias militares. En tiempos que corren también el poder bélico cree establecer la paz desde la guerra.

En el evangelio de Jesucristo, esto no es así, y aún cuando desde alguna argumentación religiosa y cristiana quisiera favorecerse la conflictividad bélica para conseguir la paz, este no es el trabajo por la paz del que habla Jesús. Sorprende escuchar en labios de Cristo una afirmación que parece contraria a todo esto, “piensan ustedes que yo he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división”, en Mateo en lugar de división dice “la espada” pero no existe verdadera contradicción, se trata de ver que paz y unidad han venido a encontrar un nuevo referente. Es la imagen de un Dios viviente, uno que invita al reconocimiento de la pluralidad en un sentido distinto. Él ha venido a traerla paz y la unidad en el bien, aquella que conduce a la vida eterna y ha venido a quitar aquellas falsas paces y unidad que sirven solo para dormir la conciencia y llevar a la ruina. En el epicentro Jesús nos dice que no ha venido a traer la división y la guerra, sin embargo a causa de su venida se van a producir inevitablemente divisiones y conflictos, porque él pone a las personas frente a la decisión y ante la necesidad de decidirse, se sabe que la libertad humana reacciona de manera distinta.

Su palabra, su misma persona hacen subir a flote aquello que cada uno esconde en lo más profundo de su corazón. El anciano Simeón lo había predicho cuando tomó en brazos al niño Jesús, “éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel y para ser señal de contradicción, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones, y a veces nuestros corazones se encuentran en conflicto.

La batalla es en el corazón, Jesús ha venido a mostrar esta batalla y a partir de la llamada a recibir el don de la paz, a poner en conciliación todas las fuerzas que dentro de nosotros mismos aparecen enfrentadas, para ponerla en armonía interior y ser portadores de la paz.


La Iglesia servidora de la paz

Sin duda que el don de la paz es un servicio que el sucesor de Pedro, el obispo de Roma, presta desde siempre como uno de los más excelentes oficios que se ejercen desde el pontificado. Lo ha hecho en tiempos de cristiandad, en los mejores momentos en donde ha sido capaz de promover la paz de las diversas iglesias y en ciertas épocas entre los principales gobiernos cristianos.

La primera carta apostólica de un Papa, la de San Clemente I, escrita en torno al año 96 (antes aún, tal vez, que el cuarto Evangelio), se redactó para devolver la paz a la Iglesia en Corintio, desgarrada por discordias. Es un servicio que no se puede prestar sin una cierta potestad real de jurisdicción. Para darse cuenta de su valor basta con ver las dificultades que surgen allí donde aquél está ausente.

La historia de la Iglesia está llena de episodios en los que Iglesias locales, obispos o abades, en disputa entre sí o con la propia feligresía, han recurrido al Papa como árbitro de paz. También hoy, estoy seguro, éste es uno de los servicios más frecuentes, si bien de los menos conocidos, que se dan a la Iglesia universal.

Tal vez en el conflicto de la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia, la carta “Pacem in terram”, sea uno de los testimonios más hermosos y ricos que nos ha dejado el pontificado de este tiempo, seguido por los discursos de paz en el comienzo de año que los obispos de Roma comenzaron a celebrar con el mundo entero, las cartas diversas en torno a la paz.

El Papa Benedicto XVI hacía mención a la persona humana, corazón de la paz, en un mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del 2007. El Papa decía: la paz es al mismo tiempo un don y una tarea, si bien es verdad que la paz entre los individuos y los pueblos, la capacidad de vivir los unos al lado de los otros tejiendo relaciones de justicia y solidaridad, supone un compromiso permanente, también es verdad – y lo es más aún – que la paz es un regalo que Dios nos hace. En efecto paz es una característica de lograr en Dios que se manifiesta tanto en la creación del universo ordenado y armonioso como en la relación de la humanidad que necesita ser rescatada del desorden del pecado, creación y redención muestran la clave de lectura que introduce a la comprensión del sentido de nuestra existencia sobre la tierra y la paz como un regalo que Dios nos hace. Allí donde no haya paz ponga lo paz, Allí donde haya guerra ponga yo unión, dice Francisco de Asís. Ojalá que podamos de todo corazón, allí donde hay conflictos, divisiones, pensamientos, desentendimientos, distancias, a superarlas, pero no de cualquier manera, ni con solo nuestro esfuerzo o nuestra industria personal, sino con un don que Dios nos regala particularmente para lograr la paz.


Dios es el gran hacedor de la paz

Dios mismo, no un hombre, es el verdadero y supremo «agente de paz». Precisamente por esto, los que se afanan por la paz son llamados «hijos de Dios»: porque se asemejan a Él, le imitan, hacen lo que hace Él. El mensaje pontificio dice que la paz es característica del obrar divino en la creación y en la redención, esto es, tanto en el obrar de Dios como en el de Cristo.

La Escritura habla de la «paz de Dios» (Flp 4, 7) y aún con más frecuencia del «Dios de la paz» (Rm 15,32). Paz no indica sólo lo que Dios hace o da, sino también lo que Dios es. Paz es lo que reina en Dios.

Casi todas las religiones que brotaron en torno a la Biblia conocen mundos divinos en guerra en su interior. Los mitos cosmogónicos babilónicos y griegos hablan de divinidades que luchan y se despedazan entre sí. En la propia gnosis herética cristiana no existe unidad y paz entre los Eones celestes, y la existencia del mundo material sería precisamente fruto de un incidente y de una desarmonía ocurrida en el mundo superior.

Con este fondo religioso se puede comprender mejor la novedad y la alteridad absoluta de la doctrina de la Trinidad como perfecta unidad de amor en la pluralidad de las personas. En un himno suyo, la Iglesia llama a la Trinidad «océano de paz», y no se trata sólo de una frase poética.

Sumergirnos en el misterio trinitario y que Dios se pronuncie sobre nosotros renovándonos en la vida por la gracia de la resurrección esa que recibieron los apóstoles cuando el Señor venció a la muerte. La paz esté contigo.

Quien mejor ha celebrado esta Paz divina, que llega de más allá de la historia, fue Pseudo - Dionisio Areopagita. Paz es para él uno de los «nombres de Dios», con el mismo título que «amor» [4]. También de Cristo se dice que «es» Él mismo nuestra paz (Ef 2,14-17). Cuando dice: «Mi paz os doy», Él nos transmite aquello que es.

Hay un nexo inseparable entre la paz donde lo alto y el Espíritu Santo; no sin razón se representan con el mismo símbolo de la paloma. La tarde de Pascua Jesús dio, prácticamente en un mismo instante, a los discípulos la paz y el Espíritu Santo: «”¡La paz esté con vosotros!”... Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20, 21-22). La paz, dice Pablo, es un «fruto del Espíritu» (Gal 5,22).Por eso abrirnos a la Paz es abrirnos al Espíritu Santo.

escrito por Padre Javier Soteras

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