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sábado, 20 de julio de 2013

La sorprendente historia del Papa y el ciclista aventurero

“Hola, soy el secretario del Papa. Francisco quiere conocerle". Una frase realmente inverosímil, pero que forma parte de la realidad. La escuchó por teléfono el joven brasileño Leandro Martins, de 30 años, que llegó a Roma en bicicleta después de recorrer media Europa y cumplió de manera sorprendente su deseo de conocer a Jorge Mario Bergoglio.

PapaCiclista “Estaba tomando café cuando sonó mi celular. Como no usé mucho mi teléfono durante este viaje pensé inmediatamente que sería una llamada que esperaba ansioso. Cuando vi que era un número desconocido, supe en ese momento que era ‘el enlace’. Y realmente fue. Era el secretario del Papa preguntando si todavía estaba en Roma y si me gustaría ir al Vaticano en la mañana de hoy. No preciso aclarar que no consulté mi agenda y concordé estar allí a las 6:45. ¡Estaba a punto de encontrar al Papa!".

Así comienza el relato que Martins compartió en su blog personal “Leandro by bike", el diario de un viaje que comenzó nueve semanas atrás en Amsterdam, Holanda. Originario de la región brasileña de Río Grande do Sul, en la frontera con Argentina, en su itinerario el ciclista ya recorrió tres mil 154 kilómetros y piensa pedalear unos siete mil más.

Ya atravesó Alemania, República Checa, Austria, Eslovenia y las ciudades italianas de Trieste, Venecia, Bolonia y Pisa. Su camino continuará por Brindisi, Grecia, Israel y Asia.

Pero la parada más especial de su largo viaje tuvo lugar la mañana de este 18 de julio en El Vaticano. Llegó pedaleando su bicicleta hasta la puerta de la Casa de Santa Marta y la estacionó ahí mismo, a unos metros de los guardias suizos que custodian la residencia papal.

Lo logró gracias a su insistencia. En Amsterdam, antes de iniciar su camino, se informó sobre cuál sería la persona más cercana al Papa y obtuvo el nombre de su secretario personal, Alfred Xuereb. A él le escribió unas 15 cartas, las últimas las envió ni bien llegó a Italia, desde Pisa y desde Roma.

Todos los mensajes decían lo mismo: primero aclaraba que no era católico y luego expresaba su sorpresa por la elección de un Papa simple, afable y con interés especial en las cuestiones sociales. Habló de su viaje y del deseo de conocerle, además de pedir no entrar en contacto con la burocracia vaticana porque ahí podía terminar todo.

Pero sus cartas no terminaron en el cesto de algún burócrata sino en las manos del mismo Papa Francisco. Quien le dijo a su secretario: “a ese muchacho quiero conocerlo". Así fue. Leandro llegó en su bicicleta hasta el ingreso del Vaticano a las 6:15 de la mañana y logró pasar el primer control.

En el segundo portón lo paró la Gendarmería Vaticana y le advirtió que no podía pasar con su bicicleta. “Aquí es El Vaticano, no es Roma", explicó un guardia. Pero después de una llamada telefónica, finalmente lo dejaron pasar.

Pese a no ser católico Martins participó, junto con otras 15 personas, de la misa privada con Bergoglio en la capilla de Santa Marta. Por respeto siguió todos los movimientos de los presentes, aunque nunca en su vida había asistido a una celebración eucarística.

Al final Xuereb se acercó y le dijo: “¡Usted lo consiguió!". Abrió un libro, le mostró una de sus cartas, y le confesó: “Se que puede sonar ridículo y se puede reír, pero él realmente quiere conocerlo". Entonces Leandro también rió, pensando que era imposible lo que estaba ocurriendo.

En la puerta de la capilla el ciclista y el Papa se dieron un abrazo. Francisco le contó que conoce Porto Alegre, que tiene parientes en la localidad de Pelotas y que incluso llegó a ir a Río Grande do Sul a visitar a sus familiares. Luego salieron para ver la bicicleta y dialogaron un momento.

Ambos rieron cuando el muchacho aseguró que la gente loca (como él) se encontraba en todas partes, inclusive en Porto Alegre. Bergoglio sonriendo acotó: “¡La vida es loca!". Minutos antes de despedirse estampó su firma en la bandera de aquel ciclista aventurero con una frase sencilla: “Que Dios te acompañe - Francisco - 18-7-13″.

Serafines susurran.- Que el Papa Francisco en ningún momento echó en saco roto las informaciones que desde varias partes se le hicieron llegar en las últimas semanas respecto de uno de sus más cercanos colaboradores, monseñor Battista Rica. Apenas el 15 de junio pasado el líder católico lo designó como prelado “ad interim” del Instituto para las Obras de Religión, conocido coloquialmente como el “banco vaticano".

Se trata de un puesto clave, aún más a la luz de los últimos acontecimientos (el arresto de Nunzio Scarano y la renuncia tanto del director como del vicedirector del IOR). Cuando fue anunciada su designación todos interpretaron que se trataba de la primera “movida” de Bergoglio de cara a un verdadero saneamiento de ese controvertido instituto. Todo indica que el clérigo llegó a ese puesto por gozar de la entera confianza del Papa y con carta blanca para informar de todos los movimientos en su interior.

Como la voluntad última de Francisco es por la transparencia sin medias tintas, la presencia de Ricca fue -desde el principio-, por demás incómoda. Por eso no sorprendió, en lo absoluto, que poco después de su nombramiento comenzasen a circular en los ambientes vaticanos los rumores de una supuesta homosexualidad suya. Rumores que, es verdad, llegaron directamente al escritorio del Papa, quien casi estuvo a punto de volver sobre sus pasos y revocarle el nombramiento.

Pero Bergoglio no es ingenuo y quiso profundizar en el caso. Él mismo había pedido el expediente de Ricca y no había encontrado en él nada inconveniente. Después de consultar a algunas personalidads de la Curia Romana, que dieron su parecer positivo, avanzó en la designación. Semanas más tarde, durante la visita a Roma de todos los embajadores vaticanos, el pontífice recibió diversas informaciones contrastantes con lo que inicialmente sabía. En resumen: Se acusaba a Ricca de pertencer a la “lobby gay” y de haber sido removido por conductas escandalosas de un puesto de segundo nivel en la nunciatura apostólica en Montevideo (Uruguay).

Tras una amargada reacción inicial, el líder católico quiso ver claras las cosas. Condujo una investigación y concluyó que todo es parte de un malentendido, mezclado con una buena dósis de mala fe y la preocupación de quienes ven en su intervención en el IOR un problema a conjurar. Por eso decidió dejar a Ricca en su lugar, aunque no impidió que el caso -con sus detalles escabrosos- terminara en la prensa.

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