Casi siempre las grandes obras comienzan con grandes sueños. Este fue el caso también de la evangelización de la Patagonia, conocida a través de sueños misteriosos por San Juan Bosco, sacerdote turinés del siglo XIX. Con lujo de detalles (al punto que pudo hacer reconstruyendo sus sueños una charla al respecto en la Sociedad Geográfica Internacional), se le presentaron las características geológicas de la región, como así también aspectos precisos sobre la situación y la índole de los pueblos autóctonos.
Y en 1848 había exclamado, rodeado de muchos niños y jóvenes del Oratorio de Valdocco, su obra inicial: “Oh, si pudiera disponer de muchos sacerdotes y clérigos, yo los enviaría a evangelizar la Patagonia y la Tierra del Fuego: porque esos pueblos fueron hasta hoy los más abandonados.” Y, en efecto, una vez fundada la Congregación Salesiana, trata de concretar sus sueños y el 14 de diciembre de 1875 desembarca la primera expedición misionera en Buenos Aires. Quedarán un tiempo en la ciudad capital y en San Nicolás siempre urgidos por Don Bosco para apresurar el ingreso en la Patagonia.
Finalmente, una vez acordado el permiso con el obispo de Buenos Aires, Monseñor Aneiros, pueden entrar en la tierra de los sueños. La circunstancia es por demás desgraciada y ha pesado durante muchos años en la evangelización del indígena: venían con una de las columnas del ejército de Roca. De todos modos, después su tarea se diferenció netamente de la de los militares y, en algunos casos se contrapuso a ella, cuando los misioneros denunciaron los atropellos del ejército y defendieron valientemente la causa del indígena.
EL PUEBLO MAPUCHE
Los pobladores originarios de la Patagonia (al menos a este lado de la cordillera) fueron los tehuelches, indígenas mansos que los españoles conocieron desde sus primeras excursiones y que poblaban el extenso territorio de la costa y la meseta patagónicos.
Pero según un lento proceso de penetración que comienza ya en el Siglo XVII, los mapuches (de allende la cordillera) fueron haciendo valer su presencia y dejando su impronta cultural.
Comienzan, poco a poco, imponiendo su lengua y, luego, van ocupando de manera más estable la tierra, en la medida en que varias tribus migran hacia el este y se van radicando en la Patagonia argentina. Los mapuches estaban organizados en clanes o pequeñas agrupaciones (que raramente superan las cuatrocientas personas) y eran gobernados por un lonco o cacique.
Se trata de un pueblo hondamente religioso que adora incondicionalmente a Nguenechén (y que todo lo remite a la divinidad), Dios supremo a cuyo gobierno se encuentran subordinados los nguenechenú (potestades de las aguas celestiales) y los huenein (fuerzas o energías distribuidas en la naturaleza como elementos protectores del hombre).
Entre los espíritus maléficos se destaca sobre todo el Huecuvú, llamado también Hualichu, causante de diversos males que acechan siempre al hombre. La ceremonia religiosa más importante es el Nguillatún, en la que la comunidad mapuche expresa fuertemente su identidad y su unidad y encomienda familias, ganados y prosperidad a la benevolencia y al poder de Nguenechén.
Ceferino Namuncurá vivió plenamente en esta organización tribal, su padre tuvo el rol de cacique y, como veremos, sucedió a Calfucurá en la coordinación de las huestes guerreras que debían hacer frente a la invasión del blanco, y participó de las creencias de su pueblo durante su infancia, mientras estuvo en Chimpay.
Chimpay: su cuna
Chimpay es una región situada en el Valle Medio de Río Negro, en la cual abundaron los asentamientos indígenas, aún mucho antes de la cruel “Conquista del Desierto”. Tierra de paso, en la que abundaba la caza y la pesca, fue siempre considerada vital en el corredor que comunicaba las altas cordilleras con la llanura pampeana. En lengua mapuche significa , según algunos, “vado” o “paso”, según otros, “meandro” o recodo y, finalmente, otros lo relacionan con la raíz que indica “lugar donde se aloja”.
Sea como sea, esta es la tierra donde arraigaron por varios años Namuncurá y su gente, hasta que tuvieron que emprender camino hacia la precordillera neuquina. Ceferino nace el 26 de agosto de 1886. Su madre es Rosario Burgos, según algunos, una cautiva chilena. En realidad, las fotografías que se conservan de la madre de Ceferino, la muestran con rasgos claramente mapuches. Sabemos que hablaba corrientemente la lengua y que, cuando es abandonada como esposa, busca refugio siempre al amparo de agrupaciones mapuches y nunca intenta integrarse a la convivencia con los huincas.
Ceferino crece en un ambiente típicamente mapuche. En la Navidad de 1888 es bautizado por el Padre Domingo Milanesio y su acta de Bautismo se encuentra en la Parroquia de Patagones, a cuya jurisdicción pertenecía todo Río Negro. En realidad, los misioneros pasan raramente por Chimpay, de modo que podemos presumir que Ceferino se nutre de la religión mapuche, durante sus primeros años. Sabemos que se manifiesta como un hijo cariñoso y fiel, capaz de ayudar a sus padres desde muy pequeño (acarrea leña desde el amanecer para ahorrar ese trabajo a su madre).
A los tres años cae accidentalmente en el río y es arrastrado violentamente por la corriente; progresivamente es devuelto a tierra cuando sus padres desesperaban de volverlo a ver. Este hecho fue considerado siempre por los suyos como milagroso y así transmitido por ellos.
fuente: http://ceferino.dbp.org.ar/
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