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sábado, 10 de noviembre de 2007

Vida del Beato Ceferino Namuncurá 3

EL CAMINO DE LA CRUZ

Pero junto a estas alegrías, Ceferino irá conociendo también el camino de la Cruz. La primera experiencia fuerte de dolor fue la autoexclusión de su madre de la tribu. En efecto, Namuncurá gozaba del privilegio mapuche, de poder convivir con varias mujeres. Cuando decide hacerse cristiano, aprende que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer.

Cuando se casa por la Iglesia (al pasar por Roca el 12 de febrero de 1900), rumbo a las nuevas tierras, la elegida es Ignacia Rañil. La madre de Ceferino, por tanto, liberada de su compromiso, se casó con Francisco Coliqueo, de la tribu Yanquetruz. A la muerte de su esposo, fue aceptada por los Namuncurá. Vivió y murió en la casa de su hijo Aníbal, en San Ignacio, provincia de Neuquén. Para Ceferino esto representó una Cruz realmente pesada. El se encontraba profundamente ligado a su madre. Trató por todos los medios de localizarla y luego le escribió, haciéndole sentir su afecto y su solidaridad.

Parece que hacia fines de 1901 le aparecen los primeros síntomas de la enfermedad. A mediados de 1902, los superiores deciden enviarlo a Uribelarrea, para ver si los aires del campo lo ayudan a recuperarse.

Durante ese tiempo, Ceferino vive intensamente unido al Misterio del Cuerpo Entregado y la Sangre Derramada en la Eucaristía. Presta el servicio de sacristán con una gran entrega y también, muchas veces, ayuda como asistente o preceptor de los chicos de la Escuela Agrícola.

A este respecto el Padre Heduvan nos ha dejado un interesante testimonio: “Este joven mostró siempre, durante esos pocos meses del año 1902, un caudal grande de piedad siendo, además, por el buen temperamento que lo caracterizaba, muy apreciado por los pequeños agricultores, a los cuales asistía y cuidaba cuando el asistente no podía, por alguna razón, estar con ellos. Y no recuerdo que alguno se le hubiera insubordinado o faltado el respeto al pequeño asistente”.

Pero como la enfermedad sigue su curso, los superiores juzgan oportuno enviarlo a Viedma, confiando en que el clima patagónico podría facilitar su recuperación.

CEFERINO EN VIEDMA

Aproximadamente a mediados de enero de 1903 Ceferino viaja a Viedma. Esta era la avanzada de la evangelización de la Patagonia. En aquellos años reinaba en el Colegio San Francisco de Sales de esa ciudad un maravilloso clima de confianza, fervor espiritual y afecto recíproco entre todos los miembros de esa laboriosa colmena.

Se vivía y respiraba un auténtico espíritu de familia que hizo que Ceferino se encontrara muy pronto a sus anchas. Augusto Valle, un compañero de aquella época, narra lo siguiente: “éramos pocos compañeros y nos queríamos como hermanos. No he vuelto en mi vida a disfrutar de una amistad tan sincera como la de los años pasados en el Colegio San Francisco de Sales...

Allí los alumnos de sexto grado compartíamos con los Superiores y los hermanos coadjutores de los mismos juegos diarios, broma tras broma en los mismos, con sencillez e ingenuidad en unos, aunque inocente picardía en otros, que a veces seguía fuera de los recreos. Esto daba al Colegio un ambiente familiar que sólo Don Bosco, Monseñor Cagliero y el P. Vacchina podían formar”.

Había además un pequeño grupo de aspirantes que recibió con mucha alegría a Ceferino, cuando se enteraron que éste deseaba, también, ser sacerdote salesiano. En este ambiente, Ceferino siguió viviendo intensamente su entrega al Señor. Continúa tenazmente sus estudios.

Es el alma de los recreos, participando siempre con mucha iniciativa e inventiva en los juegos. Realiza juegos de prestidigitación que le valen fama de mago. Organiza distintas competencias, entre las cuales se destacan las famosas carreras de barquitos en el canal. Instruye a sus compañeros sobre la mejor manera de preparar arcos y flechas para poder ejercitarse, luego, en el tiro al blanco.

También aquí se le confía la exigente responsabilidad del sacristán, que Ceferino cumplirá con gran dedicación y mucho esfuerzo. Pero la enfermedad sigue implacablemente su curso. El Padre Garrone era quien seguía con gran solicitud la salud de Ceferino. No era médico recibido, pero era ampliamente reconocida su capacidad para diagnosticar y tratar enfermedades. Por eso, los comarcanos le tenían una gran confianza.

También Don Artémides Zatti se preocupaba con gran diligencia por el joven mapuche. Precisamente él, declarando en la Causa de Ceferino, relatará cómo todas las mañanas, según la receta del Padre Garrone, compartían un bife a la plancha, una copita de vino y un pedazo de pan. Y por la tarde, la segunda medicación: un paseo para tomar aire puro, buscar huevos frescos en la chacra y tomar un buen cóctel de huevo batido.

Don Zatti, que en ese momento tenía unos veintidós años y también estaba tuberculoso, recuerda que Ceferino le decía: “Qué buenos son nuestros superiores. Nos aman como si fueran nuestro padre y nuestra madre. Vamos a rezar por ellos el Rosario”.

LA CRUZ DE LA VOCACIÓN

Como ya hemos dicho, Ceferino llega como aspirante a Viedma. Sabemos que participa en las reuniones especiales que ellos tienen y que es considerado como tal por sus compañeros. Sin embargo, parece encontrar muchas dificultades para llevar adelante su proyecto. Ante todo, hay que tener en cuenta que Ceferino no era hijo legítimo y que, en aquellos años, pesaba mucho esta condición para ser admitido al sacerdocio.

En segundo lugar, llama la atención que, a pesar de la incesante preocupación de Ceferino por obtener su Acta de Bautismo, no haya podido nunca conseguir la copia deseada y necesaria como documento para un aspirante al sacerdocio. Pero, sin duda, el factor de mayor peso debió ser el quebrantamiento de la salud de Ceferino, ya que ésta es una la de las principales condiciones de aceptación para la Congregación Salesiana.

Pues bien, como habíamos dicho, Ceferino integraba de hecho aquel grupito de aspirantes a la vida salesiana. Y sucedió que, cuando se concluyó el edificio del Colegio María Auxiliadora de Patagones, se resolvió que los aspirantes pasaran a la vecina ciudad maragata, precisamente al lugar que antes habían ocupado las hermanas. Eran dieciocho aspirantes.

Pero, en ese momento, se decide que Ceferino quede en Viedma. Veamos cómo relató el Padre De Salvo, integrante de ese lote de aspirantes, lo que aconteció en la despedida: “Éramos dieciocho aspirantes. Pero tuvimos una tristeza: Ceferino no podía quedarse con nosotros...Su salud, en extremo delicada, requería cuidados especiales...Y Ceferino tuvo que abandonarnos...Nunca olvidaré la escena: terminaba el día 13 de junio; el P.Vacchina, que tampoco podía disimular la emoción con que se separaba de nosotros, con quienes compartía la mayor parte del día en Viedma, nos reunió a su alrededor... Los últimos consejos los dio con palabras entrecortadas. Luego se sobrepuso. Dijo una serie de chistes llenos de su gracia peculiar y nos dio a besar la mano. Pero su ojo experto había advertido que, en un rincón, solo, con la cabeza inclinada, estaba el hijo del desierto, su predilecto Ceferino, triste, conteniendo las lágrimas... El Padre Vacchina, lo recuerdo muy bien, vaciló...Pero se hizo el fuerte y con voz esforzada le dijo:

-Ceferino, ven acá, despídete de tus compañeros...Vamos...hay que ser fuerte...¡caramba! No faltaba más ¿No ves cómo yo no lloro?

Y luego, con voz más fuerte, quizá para disimular mejor lo que sentía en esos momentos de separación, dirigiéndose a nosotros nos dijo:

-¿Y Ustedes, qué hacen con esa cara de dolorosa? ¡Está lindo eso! Como si fuera el fin del mundo...¡Vamos a ver! El P. Vacchina, con una excusa, se retiró por breves momentos. Nosotros rodeamos a Ceferino y nos despedimos sin poder contener nuestra emoción y tristeza al verlo alejarse de nosotros por primera vez...”

Llega para Ceferino uno de los momentos culminantes de la Cruz en su camino de creyente. Dios le pedía, tal vez, que renunciara a aquello que El mismo le había puesto en el corazón. Había que estar dispuesto a entregarlo todo, hasta lo más íntimo y lo más querido. Por otra parte, Ceferino seguirá visitando a los aspirantes y llenándolos de atenciones.

Alguno de ellos testimoniará en el proceso: “Apreciábamos su virtuoso proceder en todo su valor. Y sentíamos un verdadero orgullo al merecer sus atenciones y poder comprobar su afecto fraternal y sabernos compañeros suyos...Por eso tuvimos siempre nuestra convicción de que nuestro compañero era un verdadero santo...” Pero como la enfermedad no cejaba y Ceferino había vuelto a tener vómitos de sangre, Monseñor Cagliero decide apelar al último recurso: llevarlo a Italia para ver si la medicina europea puede hacer algo para salvarle la vida.

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